lunes, 11 de febrero de 2008

Doscientos treinta kilómetros por el Sahara en siete días, corriendo y en supervivencia, es decir portando una mochila con todo lo necesario, comidas, ropa, bolsa de dormir, medicina, elementos para cocinar, sólo el agua nos fue provista…

Relatar esta historia es algo que hace tiempo quería empezar pero que me cuesta darle forma. No es fácil. ¿Qué fue la Marathon des Sables? ¿Una carrera de aventura extrema? ¿Una prueba de resistencia? ¿Un desafío personal? ¿Una aventura humana? ¿Una búsqueda? ¿Un viaje interior? ¿Una obsesión? Quizás un poco de cada cosa o quizás todo ello y muchas cosas más que aún no he descubierto. Sí se que fue algo muy importante para mí, algo que seguro quedará entre los hechos más importantes de mi vida y que sin duda no terminó cuando crucé la llegada al final de las dunas de Merzouga.
Llegar al interior más profundo de uno mismo, a la esencia de lo que somos realmente, con todas nuestras capacidades y nuestras miserias, despojados absolutamente de todos los aditamentos “culturales” que vamos agregando a lo que somos a medida que avanzamos por la vida es algo que se desea pero que no siempre se logra.
Si bien siempre anduve en la búsqueda de ese encuentro, algunas veces estuve cerca, pero nunca había llegado, nunca había tenido la posibilidad de lograrlo. La MDS me llevó a ese encuentro, por eso no terminó, por eso me acompañará hasta el fina por eso quiero escribir esto, porque al escribirlo seguiré descubriendo y sobre todo, seguiré atando cabos. Sí, sobre todo eso.
El Sahara. El desierto más grande del planeta, lleno de mitos y fantasías, en cierta medida ya formaba parte de mi vida, me era familiar. Mi primer intento en cruzarlo había sido allá por el 79, pero sin suerte. Había estado como un año preparando el viaje, que finalmente terminó mal, bah, terminó de una manera no deseada que no significa que halla terminado mal. Nada termina mal, todo termina como termina.
La intención en aquella oportunidad había sido cruzar el Sahara a dedo de sur a norte por la ruta de las caravanas, partiendo desde Agadez en el Níger, en pleno Sahel y subiendo por Argelia hasta las costas del Mediterráneo. Había volado desde Argentina a Dakar en Senegal sobre el Atlántico y de allí en tren hasta Bamako en Mali donde comenzaron los inconvenientes. Pensaba sacar la visa para ingresar a Argelia en aquel país, pero la embajada estaba cerrada lo que me obligó a intentar llegar a Niamey capital de Níger para sacarla, pero tampoco tenía visa para ese país. Por tierra llegué a Ouagadogou en Burkina Faso un país limítrofe con Níger y para el que no necesitaba visa y desde allí tomé un avión que hacía escala en Niamey.
Pensaba que si ingresaba por aire a Niamey no tendrían más remedio que dejarme entrar y ya estando adentro arreglar los papeles, pero me equivoqué. Llegué a medianoche y allí se terminó todo, porque no hubo forma de convencer a los de inmigración de que me dejasen seguir, me detuvieron en el mismo aeropuerto. Al día siguiente me pusieron en un avión de vuelta a Dakar donde al menos pude tomar un vuelo a Barcelona donde vivía Nega, mi hermana, lugar donde pensaba llegar al final de la travesía. La aventura sahariana se había frustrado a solo unos 200 km. de Agadez, pueblo desde el que pensaba iniciar la travesía transahariana.
Tuvieron que pasar varios años para que me encontrase otra vez con el Sahara, aunque esta vez con mejor suerte. Fue en Enero de 1990 cuando lo cruzamos a dedo con Analía que en ese entonces tenía 12 años. En aquella oportunidad lo hicimos más lógico, de norte a sur y sin mayores inventos, partiendo desde Argel y por la pista transahariana hasta Tamanrasset en las fronteras con el Níger.
Gardahia y los m´zabites, el oasis de El Golea, Ain Shala con su record de punto más caluroso del planeta, las alturas del Ahaggar en pleno territorio Tuaregs, los gigantes médanos de arena del Oued, todos esos lugares me dejaron una marca bastante fuerte y percibía ya en ese entonces que algún día volvería.
El Sahara, ya me era familiar, yo no era de allí y sin embargo no me sentía un extraño, no me asustaba, era una parte de “mi mundo”, lejano, distinto muy distinto al país de donde yo venía, pero parte al fin. Fue por eso que mi historia con la MDS tampoco comenzó en la línea de largada, había comenzado mucho tiempo antes.

La preparación:
La preparación para la MDS tuvo varios componentes. El entrenamiento físico sin dudas sería fundamental pero de ninguna manera el único. Primero había que informarse todo lo que se pudiese. Sobre la región, sobre las características de la carrera y sobre la logística para hacerla.
Obviamente la información en Internet sobre las 21 ediciones anteriores fue lo primero en revisar. Los relatos de otros corredores sirvieron y mucho. Hasta este año solamente 4 argentinos habían participado en la prueba y de ellos Alex Foresti y Gonzalo Frías fueron los que puede contactar y quienes me ayudaron muchísimo. Alex con toda su experiencia de corredor de desiertos y Gonzalo con un aliento permanente antes y durante la carrera, que nunca olvidaré. Toda esta información me permitió realizar ajustes de logística y de detalles que fueron fundamental para no sufrir contratiempos en la carrera y sobre los que volveré más tarde.
Sabía que la preparación física era fundamental y sobre ello debería trabajar intensamente. Ser integrante de Le Group el grupo de entrenamiento que dirige Pablo Silguero en Mar del Plata, fue fundamental y clave para lograr el cometido. Pablo fue uno de los dos pilares profesionales que tuve para poder llevar adelante esta empresa. El otro fue el Dr., Carlos Mazza médico deportólogo responsable del programa de nutrición e hidratación que ejecuté antes y durante la carrera y sobre el que también me referiré más adelante.
Pablo fue el responsable directo no solo del programa de entrenamiento físico sino también de la preparación mental indispensable en este tipo de pruebas.
Si bien venía entrenando con el grupo durante más de un año, el programa de entrenamiento específico para la MDS lo inicié el 8 de Diciembre o sea comprendió 14 semanas con un promedio de 6 días de entrenamiento semanales.
El entrenamiento fue integral y a mi parecer inmejorable, a la vista de lo experimentado en la carrera comparativamente con otros corredores y de los resultados obtenidos. El Programa elaborado por Pablo hizo que no existiese ninguna sensación o situación vivida en la carrera que yo no la hubiese experimentado antes durante el entrenamiento. Me refiero no solo a situaciones físicas sino también a las psíquicas. Por supuesto que el entrenar en arena blanda, en cuestas, en pendientes, sobre médanos y dunas fue clave, pero también lo fue entrenar la fatiga, el sueño, el cansancio y los imprevistos que luego se presentarían.
Hubo jornadas de hasta 9 horas de entrenamiento, en arena, cargando una mochila con 10 Kg. de peso, parte de día y parte de noche, que entrenaban a la mente para lo que tendría que enfrentar semanas después. Jornadas increíblemente largas en que al final me resultaba difícil calcular cuantas horas iba llevaba marchando en la arena, o cuanto me faltaba, porque la mente no razonaba normalmente.
Nada fue dejado al azar, y al hablar del entrenamiento debo incluir el análisis y prueba del equipo y vestimenta con que correría. El diseño y las pruebas de las polainas que impidiesen el ingreso de arena fue lo que marcó la diferencia en la carrera, más allá de que ello significase un tedioso trabajo para Negrita (mi mujer) que al regreso de cada entrenamiento debía modificarlas o hacerlas de nuevo corrigiendo las fallas detectadas.
También las calzas livianas tuvieron que ser rediseñadas en varias oportunidades para que no sean tan largas que aumentasen el calor y la transpiración ni tan cortas que al correr subiesen a la ingle y ocasionasen el rose y las paspaduras que terminarían en llagas.
La mochila tuvo múltiples ajustes y modificaciones tanto en como portar los botellones de agua en arneses frontales y dorsales, como el correaje sobre los hombros para que no afectasen la piel con raspaduras y ampollas. Al final la Salomón de 30 litros que Mili le había regalado a Cecilia resultó la ideal porque además de ser superliviana permitió agregarle todo lo necesario sin que perdiese su capacidad y estructura.
Las zapatillas también fueron un tema a analizar y en este caso la recomendación de Alex fue definitiva ya que las Merrell Continuum impermeables, duras pero con suela Vibram ancha que impidiese el calentamiento de la planta de los pies fueron las elegidas, más allá de que no resultó fácil conseguirlas porque no son las más requeridas para las carreras de aventura. Finalmente en un local del Shopping de Abasto de Buenos Aires pude encontrar un par con la numeración que buscaba, un 43, un talle más grande de lo que uso normalmente ya que después de varios días de carrera el pie se hincharía y no cabría en un número normal.
El entrenamiento tuvo una discontinuidad geográfica pero no de actividades ya que si bien durante las dos semanas últimas de enero fui de vacaciones con Negrita a Traslasierra en Córdoba, en ese lugar continué entrenando, cumpliendo el programa y aprovechando la montaña. En las sierras remplacé las duras jornadas en arena por ascensiones repetidas al cerro Champaquí, y luego al Pan de Azúcar en Cosquín.
El Programa de Pablo fue cumplido a raja tabla, incluso en días en que tenía que viajar por cuestiones de trabajo o familiares. El caso más particular fue el del fin de semana del 11 de Marzo. Ese fin de semana se complicaba porque el viernes tenía que dar una conferencia en un Congreso en San Luís, el sábado tenía 3 horas de lomas y también el cumpleaños de 15 de Tatiana, la ahijada de Negrita en Buenos Aires y el domingo tenía la jornada de 9 horas en Mar del Plata…algo que parecía imposible de ejecutar pero que al final se hizo.
Por suerte la conferencia en San Luis era el viernes a la tarde así que el sábado a la mañana pude cumplir con las 3 horas de trote suave en cuestas. Para ello un taxi me pasó a buscar por el hotel muy temprano, antes que amanezca para llevarme a Potreros de Funes y entrenar en las sierras, regresando a tiempo para tomar el avión a Buenos Aires.
Llegué pasado el mediodía, fui al departamento de La Plata donde viven mis hijos y dormí hasta la noche en que fuimos a la fiesta. Esta obviamente no fue muy divertida para mi mujer que tuvo que comerse el garrón de un marido aburrido que no bailó, ni tomó nada, y que a las 6 de la mañana cuando la fiesta estaba en su apogeo emprendió el regreso a Mar del Plata en auto.
Llegué cerca del mediodía, descansé un par de horas y salí a entrenar las primeros 5 horas, de 14:00 a19:00hs, regresé, comí algo y descansé durante un par de horas para salir nuevamente a entrenar las 4 horas que faltaban, terminando ya en las primeras horas del lunes….no había sido fácil pero el entrenamiento se había cumplido tal cual lo programado.
El Programa fue perfecto pero hoy no tengo dudas de que de no haber contado con Pablo como entrenador no hubiese funcionado como al final lo hizo. Pablo es un tipo muy especial, casi único en su materia diría, que conoce a su entrenado como nadie, no solo en como marcha su cuerpo sino también su cabeza. El sabía de la significancia que tenían sus palabras medidas y justas en el momento justo.
Nunca un elogio desmedido ni inapropiado, pero siempre aportando el aliento y el estímulo cuando hacía falta. Nunca olvidaré sus últimas palabras antes de viajar a Francia: “Daniel solo quiero decirte que estás preparado física y mentalmente para hacerlo. Ahora depende de vos. Suerte” nada más que eso. Y fue precisamente esa simpleza, ese no-preámbulo ni excesos de palabras, lo que me permitió sacarme una gran responsabilidad de encima, como hubiese sido la de pensar y analizar permanentemente si realmente estaría yo en condiciones de hacer la MDS. Pablo ya me había “firmado el cheque” donde me aseguraba que lo estaba, realmente fue un alivio. Ahora el problema se limitaba a ejecutar lo programado, a cosechar lo que durante estas últimas 14 semanas había estado sembrando.
La preparación física estaba muy bien programada, sin embargo a solo un par de meses de la carrera seguía sin resolver los problemas de deshidratación, que si bien aún no lo tenía muy bien cuantificado sabía que eran importantes. La dura experiencia vivida en el Desafío del Talampaya 3 años atrás, no me permitía ser muy optimista sobre como manejar el tema.
En aquella oportunidad el correr bajo el sol con más de 40 ºC y sin la posibilidad de hidratarme como quería ya que el Gatorade caliente me provocaba vómitos, me había costado caro. Terminé totalmente deshidratado y descompensado haciendo que no pudiese regresar con el grupo de Tandil con quien habíamos contratado una combi. Tuve que quedarme en Chamical, recuperarme unas horas y luego a la noche tomarme un coche cama a Buenos Aires. Como habría sido mi estado que desde el Hotel donde estaba a la Terminal de Ómnibus, a solo 200 metros de distancia, tuve que tomar un taxi.
En Buenos Aires el médico me dio sales de rehidratación y me dejó en reposo dos días. La deshidratación había sido tan severa que el miércoles cuando llegué a casa y habiendo pasado 3 días de la carrera aún tenía los ojos hundidos.
Ahora, la situación seguía complicada ya que las marchas de 3 o 4 horas en la arena durante el entrenamiento me dejaban muy mal. Comento esto porque acá aparece otra vez un factor clave para el desarrollo de la carrera. Estaba ya en mediados de Febrero a solo unas 6 semanas de tener que viajar cuando pude por fin comunicarme con el Dr. Juan Carlos Mazza de Rosario a quién había tratado de contactar muchas veces pero sin éxito. Cecilia me consiguió su teléfono, lo llamé, le comenté en que andaba e inmediatamente, me di cuenta que le interesaba el proyecto, cosa que me sorprendió realmente. Mazza es un profesional de prestigio, muy ocupado, al que yo consideraba con pocas posibilidades de que me diera bola, ya que él generalmente trabaja con deportistas de elite o capacitando a otros entrenadores.
Me citó a una entrevista en Rosario pero ya en esa primera charla telefónica me sugirió un programa de chequeos de transpiración que yo debería ejecutar durante mis entrenamientos. Así fue que de ahí en más mis horas de marcha y trote en la arena eran acompañadas con un seguimiento detallado del líquido que ingería y de la pérdida de peso. Instalé una balanza en el baño del Parque Camet y un termómetro junto con el aprovisionamiento de líquido y la librera de anotaciones.
Si bien las marchas eran de varias horas, cada media hora pasaba por el lugar del control, y en no más de 3 minutos me desvestía, me pesaba, y volvía a llenar los 4 botellones graduados de 500 ml que portaba anotando lo que había consumido en el período previo, además anotaba la actividad había hecho, trote o marcha, y la temperatura ambiente. También me pesaba antes y después de orinar para poder tener un balance hídrico completo.
Toda la información la volcaba luego en una planilla EXCELL y se la enviaba a Mazza. De esta manera cuando tuve la entrevista en Rosario él ya tenía todo mi cuadro de balance hídrico el cual era bastante preocupante. Mi tasa de transpiración tal cual lo imaginaba era muy alta, en el orden de 1.5 litro /hora en marcha y más de 2 litros/hora en trote. Indudablemente con esta pérdida de fluido difícilmente pudiese terminar la MDS sin un ajustado programa de hidratación, y fue precisamente sobre eso donde puso énfasis Mazza.
En la carrera la provisión de agua sería de 9 litros diarios, cantidad esta muy inferior a lo que en teoría yo necesitaría teniendo en cuenta mi alta tasa de transpiración y los tiempos de carrera que serían de entre 5 y 7 horas diarias en el mejor de los casos. La deshidratación pasaba a constituir el problema a resolver.
También evaluó la dieta que estaba teniendo y la encontró muy pobre en energía teniendo en cuenta el entrenamiento que estaba llevando. Toda esta información sumado a las pruebas antropométricas a las que fui sometido en Rosario, permitieron a Juan Carlos realizar un programa de alimentación e hidratación para el período de preparación que restaba, y para la carrera propiamente dicha, tanto en el momento de las corridas como en los períodos de recuperación al final de cada etapa.
Si bien era obvio que yo desde el punto de vista atlético no tenía ninguna significancia para Mazza, el Proyecto lo entusiasmó realmente. Nunca olvidaré sus comentarios una vez que se interiorizó del Proyecto. “ Daniel, en medicina deportiva y entrenamiento para fondistas hasta los 42 km. se sabe todo, no hay muchas cosas para descubrir, solo adaptar los conocimientos a cada corredor, pero para desafíos como el que vas a encarar no se sabe mucho…es más, si nos guiásemos por los libros diría que es imposible pensar que un individuo no proveniente de la zona pueda correr en una semana 220 km. en el Sahara con temperaturas superiores a los 40º y portando una mochila de más de 10kg, pero indudablemente es posible porque esta carrera ya tiene 21 ediciones, no?...Yo soy un estudioso de los deportes de alto rendimiento y de deportes extremos y tengo conocimientos que trataré de aplicarlos a la hipotética situación que vivirás en el Sahara, pero te repito, sobre como trabajar un cuerpo para estas situaciones se sabe muy poco…”.
Ese fue el desafío que también tomó para sí mismo Juan Carlos, elaborar un programa que me permitiese cumplir la prueba de la mejor forma pero sin que me dejase secuelas que más tarde lamentaría. También fue importante el apoyo de Juan Carlos para lograr ayuda de Gatorade y de SER ya que gracias a sus contactos estas empresas me facilitaron todo el producto que necesitaría para lo que restaba del entrenamiento y para la carrera. En el caso del Gatorade la importancia no fue solo económica sino logística ya que en Argentina no se produce Gatorade en polvo pero me lo enviaron de Brasil, lo que permitió contar con este producto dosificado en bolsitas durante toda la carrera.
Así fue que la situación quedó en cierta medida controlada, estaba cumpliendo un muy buen programa de entrenamiento y contaba con un programa de hidratación y alimentación que me daba la tranquilidad necesaria para encarar el desafío con las mejores expectativas.

El viaje:
El trabajo de preparación se había cumplido de la mejor manera y así fue que partí para Francia 8 días antes de la carrera. Esto fue así porque tuve la suerte de ser invitado, para la semana previa, como jurado de Tesis Doctoral de una estudiante que había tenido dos años antes cuando estuve en Francia haciendo un post doctorado. Esto realmente fue un regalo del cielo porque me permitió zafar del costo del pasaje a Francia ya que éste me fue financiado por la Universidad de Rennes.
Ir antes me permitió además poder estar un par de días en París para comprar las comidas liofilizadas y parte del equipo que me faltaba. Indudablemente estas “casualidades” eran señales de que las cosas habían empezado a marchar muy bien, señales que repercutían muy favorablemente en mi estado de ánimo, cosa fundamental para este tipo de emprendimientos.
Así fue que el Domingo 18 de Marzo llegué a París y de allí en tren a Rennes, donde estuve hasta el Miércoles con todo el tema de la Tesis. En esta ciudad aproveché para correr por los mismos lugares donde lo había hecho durante más de un año, tiempo atrás. Recorrer y reconocer lugares por los que había corrido en el que había sido quizás uno de los mejores años que recuerde, seguían incrementando mi autoestima y aumentando las ganas de “comerme las arenas”, sin dejar de preocuparme, por supuesto, y sin dejar detalles al azar. Sentía que la carrera ya había empezado.
El miércoles 21 regresé a París donde me instalé dos días para abastecerme de todo lo necesario. El Vieux Campeur debe ser sin dudas el mejor lugar del mundo para equiparse para el MDS, allí estaba todo lo que necesitaba, las comidas liofilizadas, la bombita antiveneno, las pastillas de alcohol, todo. También encontré el mameluco de pintor que sugerían para cubrirse a la noche.
Me había alojado en un hotel de Montparnasse y también allí pude trotar por última vez antes de la carrera en lugares en que lo había hecho el día antes a la Marathon de París en el 2004. Lugares que me eran familiares, y en donde había vivido emociones parecidas…todo sumaba.
Obviamente volví varias veces al Vieux Campeur, que para seguir con las cábalas o las coincidencias, estaba ubicado a 50 metros de Rue Summerad 25. Sí, del lugar donde había estado el hotel que allá por 1973 nos había albergado a mí y a Arturo en nuestra primera aventura por Europa. En aquella oportunidad también todo era un desafío. Habíamos llegado con muchas ilusiones y muchos planes pero sin guita, solo unos ponchos y artesanías compradas en Misiones y en el puerto de Montevideo donde paró el Julio Cesare que nos ancló en Barcelona y que serían vendidas luego en el mercado de pulgas de Port d´Clinancourt y también el bandoneón para juntar francos tocando en el Metro.
Y ahora me encontraba otra vez allí, en pleno Barrio Latino…, a metros de Saint Michell y Saint German, de las Sorbonas, del Jardín de Luxemburgo, por calles y cortadas conocidas, que por suerte no cambian nada a pesar del tiempo y otra vez con ilusiones, y adrenalina. ¿Eran coincidencias?, no sé, ni importa mucho, solo sé que eran importantísimas a la hora de fortalecer el espíritu.
Ya estaba en plena carrera. En una de las idas al Vieux Campeur veo a un muchacho con un tipo mayor que yo, que por lo que buscaban indudablemente también irían al MDS, les pregunté y me lo confirmaron. Me llamó la atención el tipo mayor al que le faltaban los dedos a la altura de la primer falange. Un montañista, pensé. Días después comprobaría que no me había equivocado.
Volví al Hotel y allí definí y ordené todas las comidas para la carrera, ajustando las calorías para cada día, y todo el equipamiento que llevaría en la mochila. Ya allí me di cuenta que el peso sería un problema, pues pese a que seguía quitando cosas, igual estaba arriba de los 15 Kg.
La última noche me mudé al Fórmula 1 de Port d´Orleands, hotel donde siempre paro cuando voy a París ya que es el único F1 que está cerca de una estación de Metro y era mucho más barato que el Hotel de la noche anterior el cual me había sido reservado por la Universidad.
A las 4 de la mañana ya del viernes 23, me vino a buscar el taxi que me llevó al Aeropuerto Charles de Gaulle de donde partirían los charters con los corredores de la MDS. El ambiente en el aeropuerto ya era de plena carrera. Apenas llego lo encuentro al francés de los dedos cortados que estaba solo porque era él el que corría. Nos saludamos, charlamos un rato y de allí nomás quedó sellada mi amistad con quien sería la persona más importante que me brindaría la MDS, y de quien hoy soy su amigo.
Gerard Bourrant, de Cannes, uno de los personajes más ilustres que tuvo la 22th MDS, y de quién tuve la suerte de contarlo como mi compañero de carrera en todo el sentido de la palabra.
Apenas iniciado el vuelo empecé a conocer a Gerard y su historia, la de los dedos amputados que son solo un detalle de su rica historia. Historia que sintetizo más o menos así:
Deportista en plena actividad a sus 64 años, jubilado de IBM, corredor fondista, viajero incansable, montañista, tenía como proyecto el año pasado o sea en el 2006 escalar el Everest. En Marzo, un par de meses antes de iniciar la expedición al Himalaya, en un chequeo médico le descubren sorpresivamente un tumor maligno en el riñón de 7cm. Como el tiempo que restaba para ir a la montaña era poco le pidió al médico que se lo sacasen cuanto antes. El médico le explicó que era un problema serio, que la operación debía ser programada, etc. pero ante la insistencia de Gerard, le dio turno para la semana siguiente en que se lo extirparon. A pesar de la resistencia familiar Gerard partió hacia Nepal cuatro semanas después de la operación y por supuesto con un riñón menos.
La escalada a la montaña más alta del mundo fue muy dura, extremadamente dura y con muchísimos inconvenientes. Justamente esta expedición es la que fue emitida este año por Discovery Chanel en una serie de 3 capítulos y donde relatan la peripecia de Gerard. Sí, porque fue Gerard precisamente el que tuvo más problemas. Ya en la cumbre y al quedar anclado en el descenso, sufrió un congelamiento severo que lo puso al borde de la muerte. Fue rescatado con vida, internado unos días en Katmandú para tratar los dedos congelados y derivado a Francia donde le fueron finalmente amputados todos los dedos de las manos con excepción de los pulgares y también los dedos de los pies. Esto ocurrió en Agosto, a lo que siguió un período de recuperación importante para poder aprender a vivir sin dedos.
Pero el problema no era la recuperación, sino el tiempo que según Gerard no dispondría porque en Octubre ya tenía pensado inscribirse en La Marathon de Sables que se correría en Abril del año siguiente. La Marathon des Sables!... 220 Km. atravesando el desierto del Sahara, con temperaturas que superan los 40º y en supervivencia transportando una mochila con todo lo necesario para los 7 días de carrera… con un solo riñón y sin dedos!...
Es de imaginarse la reacción otra vez de la familia y principalmente de los médicos tratando de explicarle que caminar y más aún correr sin dedos requería de una adaptación que demandaría tiempo y ejercicios. Cabeza dura el Gerard!...y así fue que terminó por ser aceptado por la Organización de la carrera y teniendo el privilegio yo de contarlo como mi compañero del MDS!.... Sin dedos y con un riñón menos pero con una “cabeza” envidiable. Un ejemplo de vida que llevaré por siempre. Pasarán los años y Gerard seguirá siempre allí…en la selección de personas de la que más he aprendido en la vida, aunque él nunca llegue a imaginarse la dimensión de nuestro encuentro.
Llegamos a Ourzazate, la sur de Marruecos donde nos estaban esperando unos Ómnibus que nos llevaron por una ruta bastante mala unos 500 Km. hasta un punto en el medio de la nada. Allí nos esperaban unos camiones del ejército que nos llevaron al Campamento de la carrera en medio del desierto.
Era ya de noche cuando arribamos y pudimos ubicamos en una de las tiendas Tuaregs que aún tenían lugar ya que la mayoría estaban ocupadas por corredores que habían llegado temprano, horas antes en otros charters. Esta carpa, la número 91, sería la que usaríamos durante toda la carrera. Había más de 100 en doble fila y armando un círculo en cuyo centro tendrían lugar las reuniones informativas.
Estas tiendas serían ocupadas solamente por los corredores ya que los trabajadores y empleados de la Organización tenían otras aparte junto al hospital y la tienda de comunicaciones. Todo el campamento sería levantado cada mañana después de la largada y transportado y vuelto a levantar en la llegada de cada una de las etapas. Las nuestras más que carpas eran tiendas grandes negras sostenidas por dos palos en cruz que se auto sostenían y con sogas que la fijaban al suelo pero sin llegar al piso. Esto era bueno para que corriese aire pero malo porque permitía que la tienda se llenase de arena cuando soplaba fuerte el viento, cosa que sufriríamos en más de una oportunidad.
De piso una amplia alfombra marroquí gruesa que suavizaba las irregularidades del terreno y evitaba que algún alacrán buscando la sombra de la tienda se metiera en donde no debía. Yo no llevaría aislante, porque esperaba contar como me había dicho Alex, con los cartones de las cajas de agua mineral que transportaba la Organización.
Encontramos un par de lugares en una carpa ya ocupada por otros franceses con quienes compartiríamos toda la carrera. Estos eran: Dominique Audry (44), un experimentado maratonista de París, que venía por su segunda participación en la MDS, Manuel Ruffier (45), compañero de Dominique y también con vasta experiencia en carreras de aventura aunque sería su primer carrera de desierto; Hervé Veron (41) y Maamar Younsi (26) dos bomberos de París, más jóvenes, también debutantes en la MDS pero muy fuertes y con experiencia en ultramaratones.
El día siguiente Sábado 24, fue de aclimatación al desierto y de control y chequeo definitivo de equipos y documentación médica por parte de la Organización. Si bien la solicitud de inscripción nos había sido aceptada e incluso habíamos pagado la inscripción, deberíamos pasar este control para ser definitivamente aceptados a participar en la carrera.
Ese día tuvimos la última oportunidad de organizar la mochila, porque a la tarde entregaríamos la valija con el resto de las pertenencias, la que nos sería devuelta en Ourzazate luego de finalizada la carrera.
El momento más tenso lo vivimos al ser chequeados por los médicos de la organización ya que las reglas son muy estrictas. Por suerte no tuve ninguna observación ni médica ni de equipamiento y así fue que logré el esperado dossier para competir. Ahora sí estaba ya habilitado a participar en lo que sería una de las pruebas más importantes que me tocaría vivir. El Nº 186 me acompañaría durante toda la semana…y lo sigue haciendo aún ahora. No tuvieron la misma suerte otros corredores ya que 8 fueron los que no pasaron los controles y uno de ellos, el italiano Carlos Parisotto tuvo una inexplicable descompensación ese mismo día y fue repatriado por precaución.
Nos alimentamos y descansamos muy bien durante todo el día con muy buenas comidas provistas por la Organización.
A la tarde debería entregar la valija y allí tuve que tomar la primera decisión, que a la postre tendría mucho significancia sobre mi rendimiento en la carrera. La mochila con lo indispensable, más la comida programada por Mazza, unas 3.800 Kcal. diarias, ¡pesaba 15 kg! Yo veía que con ese peso me enterraba en la arena, o sea que había que reducirlo, sí o sí. Pero ¿qué sacar?, ya había dejado el polar, el short extra, el aislante para dormir, y hasta el diminuto soporte de metal donde se sostienen las pastillas de alcohol, pensando que con un hueco en la arena donde depositar estas pastillas sería suficiente. La comida que había sido reducida todo lo que podía era lo único que me quedaba para seguir achicando.
El total de alimento pesaba 8 kg por lo que debería reducirlo como mínimo en un par de kilos. Lo más pesado eran las bolsitas de Gatorade (500 gramos diarios) y las comidas liofilizadas. Llevar menos Gatorade no era recomendable porque no solo reducía energía sino también las sales que ingeriría diariamente con los 7.5 litros de Gatorade, y menos pensando en mis problemas de deshidratación.
No quedaba más remedio que reducir las comidas lifolizadas de 2 cenas diarias a 1, y fue lo que finalmente hice. Esto significa que mis dietas diarias se redujeron de 3.800 a 3.150 Kcal. diarias y el peso de la mochila al inicio de la carrera sería de 13 kg, peso que se reduciría 1 kg por día a medida que consumiese la comida.
El día previo sirvió también para ajustar todos los detalles sobre nuestro cuerpo para prevenir problemas. La experiencia de mis compañeros de tienda fue fundamental para ello. Allí aprendí a encintarme los hombros y cintura con cintas adhesivas anchas que cubrían los lugares donde rozaría la mochila. También el encintado de las plantas de los pies solo en aquellos lugares que descubriría como más sensibles luego de correr los primeros diez kilómetros. En todas las MDS previas el ampollado y llagado de los pies había sido junto con la deshidratación la principal causa de abandono.
La distribución de las cosas dentro de la mochila para que no quedase ninguna protuberancia en la espalda era fundamental: la ubicación de las 4 botellas de 500 ml, más la botella de 1.5 Lt que iría remplazando en cada PC, las bolsitas de 51 gr. de Gatorade, los PowerGel y las barritas de cereales a consumir durante la carrera, las cápsulas con 25mg de cloruro de potasio y 15 gramos de cloruro de sodio que Mazza me había hecho preparar para agregar al agua a partir de las 3 horas de carrera, etc.
Todo debería estar en un lugar preciso y de fácil acceso para no perturbarme buscando cosas en la mochila durante la carrera, ya que la mente debería estar en la carrera propiamente dicha y en la evaluación permanentemente de mi cuerpo y mi fisiología a través del día. Sería una carrera siempre al límite en la que lo importante era no correr rápido sino sostenido y reduciendo los errores a un mínimo, tratando que el cuerpo y la mente se integre lo más rápido posible a las condiciones que impondría el ambiente.
Así, con esa convicción y con la ansiedad lógica de estar a horas de la largada me fui a dormir, o más bien a acostarme porque llevó varias horas conciliar el sueño. El próximo amanecer ya me despertaría para largar la MDS.

La Carrera:
Primer Etapa: Irhs/Khermou – 29.3 km – 25/03/07
El día amaneció fresco pero a medida que el sol subía en el horizonte la temperatura se hacía sentir. Si bien la largada estaba anunciada para las 9, en cuanto amanece y aún con frío hay que abandonar la tienda a los apurones incluso terminando de vestirse y desayunar afuera porque los Tuaregs encargados del desarmado de las tiendas y el transporte al próximo campamento aparecen raudamente y tiran todo abajo incluso con gente aún durmiendo. Allí ya pude apreciar la utilidad del mameluco de pintores que nos abrigaba de la fría mañana fuera de la tienda.
A las 9 ya estábamos todos en la largada, con mucha ansiedad y sintiendo la adrenalina corriendo por el cuerpo. Las fotos de rigor con los compañeros de carpa y en mi caso también con Bochi, un israelita nacido en Gral. Pico, La Pampa, pero que representaba al país donde hacía ya tiempo residía. Con él ya me había comunicado desde Argentina y ese día nos habíamos conocido personalmente y comprobé que se trata de un flor de tipo.
Si bien nunca me sentí muy sensibilizado por los emblemas patrios, confieso que el ver en el arco de largada a todas las banderas de los países que participaban y encontrar entre ellas a la argentina, me caló hondo. Me parecía mentira ser el único argentino en participar este año y el 5º en la historia de las 22 ediciones de la MDS. Pero no podía distraerme con emociones, el desafío estaba por empezar y no daba margen para errores.
Después de escuchar las indicaciones de Patrick Bauer, Director de la prueba, y de recibir durante 5 minutos la arenga de una música mora a full que aturdía, nos apretamos la mano muy fuerte con Gerard mientras escuchábamos la cuenta regresiva…10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1 y ¡largaron! 757 locos, amantes de la vida, proveniente de más de 30 países, se lanzaban a la búsqueda de aquello para lo que se habían preparado durante meses 757 historias, 757 ilusiones, seguramente 757 motivaciones distintas. Pero todos con un objetivo común: llegar a Merzouga al pié del Erg Chebbi, después de haber corrido 220 km por el Sahara durante siete días.
El tema que me preocupaba era el del agua. En total nos darían 9 litros por día. A la mañana antes de la largada nos dieron una otra botella de 1.5 y luego nos darían otra botella de 1.5 en cada PC o sea 3 o 4.5 litros durante la carrera según los PC que hubiere. Los tres litros restantes nos serían entregados al final de cada etapa para que nos dure el resto del día y la noche. En mi caso por los problemas de excesiva transpiración necesitaba más así que para el primer día me había guardado agua del día anterior y en los subsiguientes recogería de las botellas dejadas por otros corredores antes de la largada, o sea que yo largaba siempre con 4 botellones de 500 ml más la botella de 1.5. Al inicio en total portaría 4.5 kg de agua.
Los primeros kilómetros confieso que estuve incómodo porque no podía dejar de pensar en lo que me había costado llegar allí y concentrarme solamente en la carrera, pero eso duró apenas un rato. A menos de 1 hora de carrera cruzamos el Oued Reherís (un wadi o río seco) y aparecieron los primeros chicos a la vera del sendero, saludando y dando aliento. Este hecho se repetiría algunas veces durante la carrera, cosa que no entendía bien porque en ningún momento pasamos por poblaciones o viviendas. Indudablemente vivirían por allí, por algún lado. El Sahara tenía más vida que la que imaginaba.
Sabía que esta primera etapa sería de prueba de muchas cosas, del ritmo, de cómo regular la tomada de 1.2 litros por hora, de los pies y del funcionamiento de las polainas por más que las hubiese probado hasta el cansancio en Mar del Plata, de la firmeza y el peso de la mochila y su roce en los hombros y la cintura, de evaluar como manejaba la ansiedad y la mente cuando hiciese falta, todo, debería ser probado en ese primer día y así fue. Ya en el primer PC a los 12 km estaba metido de lleno en lo que debía hacer.
Llegué muy bien, y perdí 6 minutos solamente en reabastecerme de agua y de sacarme las zapatillas y medias para chequear cuales eran las zonas de las plantas del pié más sensibles y encintarlas. Este chequeo lo hice por única vez en la carrera ya que luego me encintaría antes de largar por que las zonas de la planta del pie que eran sensibles ya habían sido identificadas.
La principal concentración estaba en mirar donde pisaba y también en no discontinuar la bebida de agua y Gatorade. Sabía que distraerme en eso significaría deshidratación segura y con ello la posibilidad de abandono. Todavía no apretaba fuerte el calor así que al primer PC llegué en 1h 40´ o sea estaba haciendo 8´ 20´´/km lo que no era malo considerando el terreno por el que corría. Me sentía bien por lo que mantuve el trote durante toda la carrera, excepto en las trepadas a las dunas en que era imposible hacerlo. Seguí firme con el trote y solo sentí cierto agotamiento en las trepadas, que trataba de hacerlas suaves pero que no siempre lograba. Donde las gambas me daban, le metía, ¡Estaba disfrutando del Sahara!
A unos 10 minutos del PC lo paso a Hervé y Maamar que venían bien pero cuidándose. Al segundo PC en el km 20 llegué cansado pero firme y había tardado1h 12´ o sea hacía 9´14´´ el km. El calor ya apretaba y mucho, esto provocó mi primer descuido. En el PC un pibe me acerca una botella con agua dejada por otro corredor y aproveché para refrescarme la cabeza. Como no me saqué los lentes que me protegían de la arena que volaba, estos se mojaron y no me dejaban ver bien cuando corría. Me los saqué y pensando en el piso y en la hidratada me olvidé de volver a ponérmelos. Cuando me avivé ya era tarde porque el reflejo de la arena me había pegado fuerte, lo que me trajo un dolor de cabeza que tuve que bancar durante el resto del día. El Sahara no admite descuidos y yo ya había cometido el primero.
Otra cosa que no funcionaba era el Gatorade que llevaba en los botellones a la espalda, que como se calentaba me daba náuseas al tomarlo. Ahí tuve que tomar una primera decisión importante. Sabía que si cubría los botellones con algo húmedo, la evaporación del agua refrescaría el contenido, pero justo era el agua lo que no me sobraba o sea que había que decidir entre perder 150-200ml de agua para humedecer unas medias con que cubriría las botellas o correr el riesgo de que la bebida caliente me provocase un vómito, y ahí se complicaría la cosa por las posibles pérdidas de electrolitos. Confié en que en algún PC siempre encontraría algo de agua extra por lo que decidí correr con las botellas cubiertas con las medias humedecidas. La decisión fue acertada, de ahí en más el Gatorade se mantuvo natural y nunca me llegué a quedar totalmente sin agua, solo en un par de oportunidades llegué a algún PC totalmente seco.
El último trayecto fue el más duro un poco por el cansancio, creo que me había zarpado un poco por el ritmo que llevaba y otro poco por los 3.5 km de dunas que tuvimos que atravesar en momentos en que el calor más apretaba. Pero el divisar a la distancia el primer arco de llegada al final de la primera etapa, fue algo que difícilmente olvide. Fue sin dudas la más importante de todas las llegadas al campamento e incluso la única etapa en que nos encontramos con Gerard, llegando juntos.
El cansancio y los 42 grados que marcaba el termómetro no impidieron disfrutar del momento. La primera etapa ya estaba cumplida. Había hecho los 29,3 km en 4hs 28´.
Llegué a la carpa y veo que solamente Dominique y Manuel habían arribado, Hervé y Maamar llegarían momentos después. Todos estábamos muy bien, solo Manuel anunciaba tener problemas de ampollas cosa que no le sorprendió ya que sabía que sus pies eran delicados. Mis polainas habían funcionado a la perfección. Ni un grano de arena había entrado en las zapatillas. ¡Grande Negra! porque a pesar de que tenía las polainas de neoprene que entregaba la Organización, preferí usar las que había hecho Negrita y que tan buen resultado me habían dado en las arenas de Mar del Plata y con las que correría toda la carrera.
Luego de descansar 10 minutos con los pies hacia arriba, empecé con la rutina que seguiría durante todas las jornadas. Elongación después del descanso de las piernas e inmediatamente la primera comida que era como el desayuno, cereal con leche, chocolate y pasas de uvas. Después continuaba con un par de horas descansando en la carpa para seguir con una caminata por el desierto buscando ramitas o cualquier vestigio de vegetal seco para calentar el agua de las comidas de la noche. Estas caminatas eran increíbles, no solo me servían para sacar el láctico acumulado sino que me metía en el Sahara, con toda su dimensión. No intentaré explicar lo que es una puesta de sol en el desierto, porque no lo lograría, hay que estar allí para entenderlo, hay que ir.
Al atardecer ya algo recuperado y antes de cenar fuimos a ver las posiciones y allí la primer sorpresa: Había entrado en la posición 221 sobre el total de 757 que habíamos largado. De solo pensar como recibirían esta posición en Argentina los que seguían la carrera por Internet me emocionó al extremo. Es que yo no estaba corriendo solo. Mucha gente me había apoyado en esta empresa pero si había alguien a quién le debía mucho era a Le Group. A todos, es increíble lo que me habían apoyado y lo que me apoyarían durante toda la carrera. Si bien en ningún momento me sentí presionado, no puedo negar que sentía que no podía fallarles, es que yo sentía que corría por todos y con todos. Habían sido muchos los momentos y las situaciones compartidas. Yo percibía que todos estaban corriendo la MDS, me lo habían hecho sentir así, por eso la emoción al pensar con que alegría recibirían esta posición.
Me encontré con Bochi que también había llegado entero y estaba muy contento, aunque me comentó que tenía algún problema de ampollas en los pies.
Volví y seguí con la rutina que tenía programada, pero con la modificación de tener solo una comida y un postre como cena ya que como comenté antes, había dejado una comida diaria para reducir peso. El resto lo seguí cumpliendo al pie de la letra, consumiendo los Powergel, las barritas de cereales y los litros de agua y Gatorade que correspondían. Así disfruté mi primer día de carrera y me fui a dormir temprano esperando encontrarme recuperado para la largada del día siguiente.

Segunda Etapa: Khermou/Jebel – 35 km – 26/03/07
Amanecí bien y otra vez con los Tuaregs desarmándonos la tienda antes de vestirnos. La recuperación durante la noche había sido muy buena, no sentía ningún dolor ni en cuádriceps ni gemelos. Había descansado bien, sin sentir las irregularidades del piso porque había conseguido otra vez los cartones para poner debajo de la bolsa, cosa que no ocurriría más en los días subsiguientes. El único problema era que había que levantarse entre 4 y 5 veces durante la noche a vaciar la vejiga. Los más de 4 litros de agua que había tomado la tarde y noche anterior ayudaban a evitar la deshidratación pero con el costo de tener que levantarme muchas veces mientras dormía. La temperatura bajaba mucho en la noche, principalmente a la salida del sol cuando llegaba a los 5-7ºC, pero la bolsa funcionaba porque la complementaba durmiendo con el polipropilene interior que había usado en el Aconcagua.
Desayunamos, armamos la mochila y a las 9 otra ves en la largada. Este era un momento muy especial del día porque después de las explicaciones que Patrick daba sobre el circuito seguía la música a todo volumen, muy instrumental, muy motivadora que hacía que todos esperásemos la cuenta regresiva como potrillos en la gatera. Los primeros kilómetros siempre eran de acomodamiento, de la mochila, de la botella de 1.5 litro que iba sujetada con 2 cinta de Velcro anchas a la altura de la barriga y principalmente del cambio de aire y de la cabeza que tenía que prepararse para lo que vendría.
Arranqué muy bien, y a pesar de que a los 4 km ya tuvimos que subir unas cuestas, firmes pero cuestas al fin, llegué al primer PC a los 10 km en 1h 10´. Allí solo paré menos de 1 minuto para recargar agua y seguí manteniendo un trote muy firme ya que había que aprovechar a andar rápido antes de que apriete el calor. Los siguientes 11 km hasta el PC 2 fueron parecidos, la primera mitad un llano interminable pero de arena que se iba ablandando con el paso de los corredores lo que obligaba a ir abriéndose para pisar arena firme que no había sido pisada. Esto alargaba un poco el recorrido pero cuidaba las gambas. Después el recorrido seguía por unos 4 km de sierras bajas, no muy pesadas pero que impedían ser corridas en la parte ascendente.
Al rato me pasa Gerard que venía como siempre con un paso firme y sostenido, parece que trota despacio ¡pero se devora los kilómetros! Me despierta admiración el francés. Llegué al PC 3 en 1h 12´, cargué agua y como estaba bien seguí manteniendo el ritmo.
A la salida del PC cruzamos otro Oued e inmediatamente apareció a la distancia, bien lejos pero visible el djebel El Otfal, las montañas de piedra y arena más altas y abruptas que tendríamos en toda la carrera. Seguí a paso firme y en menos de 1 hora ya estaba al pie del djebel. Una trepada de 1 km de largo con una pendiente superior a 30º era lo que me esperaba. El inicio ya fue muy duro porque era de arena suelta, un gran médano que exigía subirlo lo más rápido que se pudiese, con grandes zancos mientras las piernas diesen, y parar y tomar aire entre medio lo menos posible. Si trataba de subirla caminando hacías dos pasos y me deslizaba uno hacia abajo, tenía que trotar, no quedaba otra.
Así, metiendo gamba llegué a una primera terraza plana de unos 20 metros, con un sendero pegado a una pared que daba sombra y permitía reponer piernas y también aire. Como agradecía en ese momento los fondos hechos en Mar del Plata. Estaba exhausto, sin poder hablar siquiera, y parar dos minutos para tomar aire bastaban para que me recuperase y arrancase como si no hubiera pasado nada.
El sendero terminaba justo al inicio en una cuesta de arena interminable, aún más pronunciada que la primera lo que hizo que la Organización fijase unas cuerdas para poder agarrarse y ascender. Fue allí donde aparecieron las primeras evacuaciones importantes. El calor y lo duro del terrero empezaba a pasar facturas y las primeras luces de bengala lanzada por algún corredor en problema pidiendo rescate aparecieron en el firmamento.
Lo duro de la trepada tenía su compensación en el escenario que nos rodeaba. Daba cuatro o cinco pasos prendido a la cuerda y paraba para tomar aire y también para apreciar el sendero de hormigas que parecían los corredores que venían allá abajo y se perdían en el horizonte. Sobre ese mar amarillo-dorado que parecía que se movía, con imágenes que aparecían y desaparecían a través de la bruma que se elevaba del suelo por el calor intenso.
Llegué a otra terraza que desde abajo yo creía la cima pero que desgraciadamente no era, paré solo un instante para tomar aire y seguí la marcha, lenta pero firme. El calor sofocaba cada vez más, y todos trepábamos en silencio guardando energía, solo escuchaba el jadeo de algún corredor que me precedía, interrumpido en algún momento por el helicóptero que sobrevolaba la cuesta en búsqueda de algún rescatado o simplemente para tomar fotografías o imágenes televisivas. Por fin apareció el final de la cuesta, ahora sí había alcanzado el punto más alto de la montaña.
El sendero siguió un par de kilómetros bien en la cima del cordón montañoso hasta que aparecieron las indicaciones del descenso. Este era muy pronunciado, por una especie de alud de piedras muy grandes que obligaba a veces a bajarlas agarrándose con las manos. A lo lejos se podía divisar el campamento donde estaría el arco de llegada, La bajada fue más dura de lo que esperaba, parte porque me había quedado sin piernas en la subida y parte por las irregularidades del terreno y el tamaño de las piernas. Corría 10 metros y por ahí tenía que bajar de un salto una piedra de más de metro y medio, lo que hacía que las rodillas se doblasen aunque no quisiera.
Por fin alcancé el llano y pude trotar los últimos 5 km entre dunas o mejor dicho dunetas como las llaman, porque son más bajas y se las puede ir rodeando sin tener que treparlas. Llevaba 6h 11´ de carrera cuando por fin crucé el arco de llegada. Estaba agotado, lo que me obligó, después de alongar, a permanecer acostado mucho más tiempo que ayer. El resto de la carpa ya había llegado menos Hervé que arribó solo 10 minutos después que yo. Indudablemente hoy pagué la zarpada de la etapa anterior.
Afortunadamente la jornada fue menos sofocante que ayer y la temperatura al mediodía no superó los 39 ºC, lo que hizo que pudiese manejar la hidratación sin problemas.
Me costó muchísimo salir a caminar para sacar el láctico e incluso era muy tarde cuando fui al control a revisar las posiciones. Había entrado 275, aunque había retrocedido algunos lugares seguía siendo una muy buena posición, mejor de lo esperada.
Estaba en pleno descanso ¡cuando apareció uno de los mejores momentos del día! La llegada del “cartero” que distribuía los mails que nos estaban enviando. Nosotros teníamos derecho a enviar solo un correo por día, esto para que nadie se enganche emocionalmente y se distraiga de la carrera. Ya a esta altura la cabeza era tan o más necesaria que el cuerpo y debilitarse con emociones no era lo mejor.
Estas tenían que servir para fortalecer el espíritu, no para aflojarlo y para eso era mucho más importante recibir correo con alientos y fuerzas que ponerse a pensar en escribirle a los afectos. En ese instante éramos nosotros que necesitábamos más de ellos que la inversa.
Ese instante de recibir los correos pasó a ser uno de los más esperados porque era increíble como recargabas las pilas. Ahí sí eras consiente de que no corrías solo, había muchos que lo hacían con vos, y en mi caso, repito, lo de Le Group fue fundamental, sí porque en los momentos duros de la carrera, cuando el cuerpo está hecho mierda, el sol apretaba, y los cuádriceps crujían aparecían ellos hasta con sus imágenes y sus anécdotas personales que servían para empujar.
Estoy muy contento con el funcionamiento del equipamiento, las polainas excelentes, si no entró arena hoy con las dunas que tuve que trepar, creo que no entra más. Lo encontré a Bochi, el argentino-israelí, bien de ánimo pero muy jodidos los pies, con unas ampollas muy grandes que ya forman llagas.
La MDS ya está empezando a dejar huellas en los corredores. La cola en la enfermería cuando termina la carrera es cada vez más larga. Los ingleses, muy blancos, están teniendo serios problemas de quemaduras de sol. Algunos con las piernas todas vendadas parecen momias corriendo, pero las ampollas y llagas en los pies siguen siendo el principal problema.
Mas cansado que ayer pero sin dolores importantes nos acostamos temprano esperando amanecer recuperado, sin imaginar la noche que nos esperaba. No habría pasado una hora de acostarnos cuando se desató una tormenta de arena como no habíamos sufrido hasta ese momento. Los parantes de la tienda no aguantaron el embate del viento y si vino todo abajo. No era fácil volver a ponerlos porque la lona pesadísima aplastada por el viento no nos dejaba ni salir de la bolsa de dormir. Entre todos pusimos los parantes tratando de atajar todo lo que se nos volaba, que en la oscuridad de la noche y sin tiempo para ponernos las frontales era muy difícil de controlar.
Todo el campamento era un caos, con cosas que volaban por todos lados. Fijábamos una soga a una estaca y se desataba otra en la otra punta, y bastaba que se embolsase un poco de viento para que los parantes cedieran de nuevo y todo abajo…a empezar de nuevo. Los Tuaregs no daban a vasto llevando y poniendo estacas en las carpas.
Fueron no más de 20 minutos pero que parecían horas. Por fin el viento fuerte paró un poco pero la arena seguía volando y entrando por todos lados. Terminé durmiendo con la bolsa totalmente cerrada arriba de la cabeza y sin embargo seguía masticando arena que no sé por donde carajo entraba. La legendaria tormenta de arena sahariana se había hecho presente en la MDS.

Tercera Etapa: Jebel El Oftal/Jebel Zireg Ouest – 32.2 km – 27/03/07
Por suerte esta mañana los Tuaregs comenzaron con el desarme de las tiendas desde la otra punta y nos dieron tiempo a salir de la bolsa y arreglar la mochila sin problemas. Otra vez amanecí bastante recuperado y sin dolores musculares. También la hidratación anda bien porque anoche me tuve que levantar 6 veces a orinar, cosa que cuesta un poco al principio, pero tiene su compensación. Inundarse de la soledad y el silencio del campamento en pleno Sahara solo con la luz de la luna como linterna para no pisar ninguna espina es algo incomparable, es soñar despierto.
La largada fue con mucha ansiedad pero más confiado porque era la tercera etapa, la previa a la Gran Etapa de 70 km. que vendría mañana. Llegar bien hoy significaría poder correrla, que era realmente el primer objetivo que me había puesto para este desafío: Correr en la noche sahariana…
Los primeros 10 km fueron normales, como siempre con un principio duro hasta que las piernas se ablandan y entran en ritmo. El único problema era que se me caía la botella de 1.5 litro que llevaba en la cintura y el tener que parar en un par de oportunidades para acomodarla bien, me sacaba de ritmo y me costaba volver a arrancar.
El primer PC estaba en un oasis de palmeras con unas ruinas como único vestigio de vida, que invitaba a quedarse, pero había que aprovechar la baja temperatura (no superaría los 28 ºC), es el PC en que no se para, se cambia la botella vacía por una llena y se sigue sin dejar de trotar.
A la salida del PC atravesamos el cañón de El Maharch, un desfiladero de unos 3 km de largo sin arena pero con piedras medianas que obligaban a no dejar de mirar el piso para evitar cualquier torcedura. Debía estar concentrado en todo, en el piso, en tomar Gatorade, o agua en el tiempo que correspondía (yo debería ir tomando 1.2 litros/hora para mantener mi balance hídrico), consumir un Powergel a partir de la hora junto con 2 barritas de cereales entre hora y hora y luego de la 3er hora empezar con el agregado de las cápsulas de cloruro de sodio y de potasio al agua, eran cosas que no podía omitir porque pasarían sus facturas como lo comprobaría más adelante.
Atravesando el cañón tuve otro percance que me afectó un poco. Llevaba el Gatorade en polvo en el bolsillo frontal derecho de la mochila en bolsitas de 51 gramos que diluía en la botella de 500 ml, con el agua que me iban dando en los PC. Esta maniobra la hacía siempre mientras corría, cosa que me obligaba a descuidar donde pisaba, por lo que decidí parar unos segundos en una roca para hacerlo tranquilo, y ahí donde me pongo a volcar el polvo de Gatorade en la botellita no me doy cuenta que la botella de agua se había recostado derramando en la arena parte del contenido. ¡Me quería morir! perder más de medio litro de agua en plena MDS no es, ciertamente, lo más recomendable. Desde allí hasta el próximo PC tuve que dosificar la bebida y también bajar el ritmo de trote, pero bueno… esto sirvió para que aumentase mi concentración y no hiciese más boludeces.
A la salida del cañón nos esperaba un terreno plano, parecía un salar, solo interrumpido por algunas dunetas que dificultaban la marcha porque impedían cualquier corriente de aire justo en la hora en que el calor más apretaba. Allí descubrí que no había que dejar de trotar, incluso cuando más apretaba el calor.
El caminar significaba no solo demorar la llegada y con ello aumentar la exposición del cuerpo a las horas de mayor calor, sino impedir cualquier corriente de aire sobre los botellones de agua, con lo cual esta también se calentaba. Era increíble como un simple trote por más suave que fuera, generaba una brisa en el cuerpo y en al agua que hacía que uno funcionase mejor, las piernas quizás sufrían un poco más pero no el organismo que a esa altura ya mostraba una mejor adaptación al ambiente.
Este recorrido plano fue extenuante para la cabeza más que para las piernas, distinto a lo que ocurriría a la salida del mismo cuando empezaron otra vez las dunas. La primera trepada fue dura porque el aire se cortó de golpe, fue como entrar en una caldera. Ahí también una toma de decisión acertada permitió disminuir el desgaste. Había que optar por alargar el camino tratando de subir las dunas por la cornisa aún a costa de tener que desplazarme varios cientos de metros hacia los costados o encararlas directamente como aparecían para hacer el trayecto más corto. Mi riesgo estaba en el calor más que las piernas por lo que opté por lo primero.
Esto hizo que si bien tuviese que agregar unos kilómetros a la etapa, los cuádriceps se beneficiaran al evitar la trepada abrupta en la arena y el cuerpo aprovechase la brisa que corría al trotar por el filo de la duna. Solo el descenso lo hacía con todo hacia abajo sin importarme la pendiente, incluso con algunos revolcones cuando las gambas no le daban bola a la cabeza que quería frenar, revolcones que no ofrecían riesgo porque todo era pura arena y blanda…
En estas dunas vi llegar a Gerard cansado pero muy firme, bajamos el ritmo del trote, corrimos juntos unos kilómetros y el siguió firme adelante. Increíble el Gerard, parecía que ponía el piloto automático, con un ritmo sereno y sus piernas largas y flacas, y por supuesto más livianas ¡la ventaja de no tener que transportar pies con dedos!
La última duna tenía una pendiente mayor al 18% lo que pesó un montón y más porque en cuanto se terminó aparecía la trepada al pasaje del Jebel Zireg, que no era muy alto pero se continuaba con subidas y bajadas que no terminaban nunca y que discontinuaban el ritmo y la cabeza.
A esta altura me dí cuenta de otra cagada que me había mandado. Después de las 3 horas el plan de hidratación indicaba que debía agregar las cápsulas de cloruro de sodio y de potasio al agua, cosa que me jodía porque el agua quedaba salada y provocaba algo de náuseas, lo que hizo que me hiciese el boludo y que como me sentía bien seguí con agua pura sin agregarle las sales.
Así fue que cuando llevaba unas 4 horas de carrera, créase o no, aparecieron los primeros síntomas de tendinitis detrás de la rodilla. Que boludo!...si Mazza había sido clarito cuando me dijo que había que reponer todos los elementos que nutren al músculo y a los tendones antes que manifieste su deficiencia, por eso lo del agregado de sodio y potasio después de las 3 horas. Yo no le había dado bola y estaba pagando las consecuencias. Otro error que sirvió para darme cuenta que no debía apartarme del programa que tenía muy bien armado.
Al llegar a la cima de la última subida por fin a lo lejos se divisó el campamento con el arco de llegada. Llegué a las 2 de la tarde con una temperatura de 45ºC y muy cansado, más que ayer.
Cada día me lleva más tiempo recuperarme en la tienda y más dolorosa me resulta la elongación, pero sé que esto es vital para poder seguir corriendo, por lo que no dejo de hacerla aunque realmente pase a ser uno de los peores momentos del día.
En la tienda ya estaban todos descansando. Dominique estaba haciendo una carrera impresionante, ya estaba entre los primeros 50, un verdadero atleta y un experto en esto de correr por el desierto. El resto bien pero con muchos problemas de pies, las ampollas ya eran llagas, especialmente Manuel que debía quedarse horas exponiendo los pies al aire antes de curarse y volver a cubrirse las ampollas de parches y vendas. También tenía las piernas muy quemadas por el sol por lo que de allí en más se las vendaría para correr. Hervé que la noche anterior había tenido una descompostura quizás algo deshidratado ya estaba mejor e incluso había hecho hoy muy buen tiempo. ¡Qué suerte había tenido al caer en esta tienda!
Todos sabían mucho de este tipo de desafíos, alguno por haberla corrido y otros por su laburo de bomberos experimentados que manejaban las situaciones extremas con mucho criterio. Me recosté a descansar pero más a pensar en lo que estaba viviendo y no lo podía creer, ya habían pasado varias etapas y seguía bien. Mis pies cansados, pero impecables, tres días de carrera, llevaba 98 km y ni un gramo de arena en las zapatillas gracias a las polainas de Negrita increíble.
Gerard ya era uno de los personajes de la 22th MDS. Todos conocían su historia la que daba para la admiración permanente. Llegaba de correr y aparecían los reporteros para las notas, incluso uno lo seguía en todas las etapas para hacer un CD con su historia, y él con una humildad y una sabiduría que era increíble, contaba todo lo que estaba disfrutando.
En un momento apareció el médico de la Organización chequeando a los corredores y derivándolos a distintas carpas según los problemas que tuviesen, que a esta altura ya eran numerosos. La cola de la enfermería a la llegada era cada día más larga, y la colección de pies con lastimaduras y llagas de distinta naturaleza era algo que jamás había visto. Llega a nuestra tienda y pregunta como estamos y Gerard muy pancho le dice: “bien, aunque ellos con problemas de ampollas en los dedos… problema que por suerte yo no tengo” Qué ampollas iba a tener ¡si no tenía dedos! Era una risa ver como las zapatillas se le doblaban para arriba en las puntas que él rellenaba con gomaespuma para darle forma.
También era divertido verlo mandar e-mail escribiendo con sus falanges y pensar que a mi me habían hecho creer que sin dedo grande del pie no se puede caminar porque se pierde el equilibrio, que sin dedos hay que volver a aprender a caminar, etc., etc. Ahí estaba Gerard enseñándome la verdad!... la única verdad!...la que te dice que todo es verso, menos el bocho….y como el bocho de Gerard era superior al de la mayoría... no necesitaba ni dedos de los pies para correr, ni dedos de las manos para escribir e-mail, ni dos riñones para poder mantener el balance hídrico corriendo 220 km por el Sahara!...su cabeza remplazaba con creces todo lo que teóricamente le faltaba!...
Estuve muy cansado toda la tarde pero lo mismo salí a caminar para sacar el láctico. El escenario que rodeaba al campamento era increíble, unos médanos dorados (al atardecer toman ese color) y a unos kilómetros una caravana de Tuaregs acampando. No pude seguir descansando. Los Tuaregs!... los nómades del Sahara… los alguna vez temibles hombre azules del desierto!...estaban allí, deambulando por las arenas del Sahara, en marchas de varios días hacia algún oasis o pozo de agua, o algún pueblo donde vender algún camello o donde comprar la harina, el té o los dátiles con que se alimentan mientras marchan.
En medio del Sahara y con los Tuaregs!.. ¿Cómo no soñar despierto? si había sido este pueblo precisamente el que muchos años atrás me había llevado al Sahara. Los Tuaregs. Quizás uno de los últimos y pocos pueblos primitivos del planeta que aún preservan su ancestral cultura aunque no se por cuanto tiempo. Dueños y amos del Sahara durante siglos están hoy siendo reducidos a historia.
Ya en el 90 cuando con Analía los encontramos por primera vez en el sur de Argelia, fuimos tristes testigos de su ocaso. Ya en esa época solo quedaban algunos vagando por las alturas del Ahaggar, sobre sus camellos, con su imagen arrogante y su rostro cubierto por el azul tagilmust, unas tiras de seis metros de tela azul que usan de turbante y que sólo dejan al descubierto los ojos.
Eran más los que veíamos deambulando, caminando por las calles de Tamanrasset o en el mercado vendiendo lo que producían en el oasis, en una vida distinta, sedentaria, que nada tenía que ver con su historia. Sus rostros ya no estaban siempre cubiertos, sus tagilmust no siempre eran azules y sus ojos ya no tenían la fiereza de antaño y que tanta fama les diera. Sus camellos flacos y lastimados solo le servían para llevarlos hasta la tienda en que seguían viviendo en las afuera de la ciudad.
El oro negro había sido descubierto en el sur sahariano y el uranio más abajo en el Níger. El “desarrollo” había llegado y sus camellos ya no eran moneda de cambio, habían dejado de ser el principal medio de transporte de la región, ya no tenían compradores. Tampoco existían las caravanas árabes “cazadores” de negros en el Sahel que vendían luego como esclavos en los puertos del mediterráneo, y que resultaban un excelente botín de sus saqueos. Los Toyotas y Land Rover empezaban a mandar en la transhariana. ¡El desierto ya no les pertenecía!
Por eso el encontrarlos ahora, allí en su medio, con sus camellos ariscos y mañeros, con sus rostros todavía cubiertos, con la boca siempre oculta mostrada solo cuando se bajan el tagilmust para tomar un sorbo del fuerte té negro, con los pies flacos pero curtidos por kilómetros de arenas caminadas, todo eso era lo que yo casi 20 años atrás había ido a buscar y no había encontrado. Ahora sí, allí estaban, poniéndole un freno a la historia.
Afortunadamente el sur marroquí no tiene petróleo ni uranio y las rutas pavimentadas son menos necesarias, por eso ellos podían seguir mostrándose como los legendarios nómades del Sahara, y yo estaba con ellos. Qué ganas tenía de unirme a la caravana y acompañarlos, pero la MDS seguía y a eso yo había ido. Que encuentro inesperado había tenido, es que los Tuaregs como los Massais de Kenia forman parte de mi historia, yo había convivido con ellos y verlos desaparecer es muy duro.
Si hasta debo confesar que de entrada no me sentí del todo cómodo en las tiendas tuaregs donde dormimos. Me sentía medio un invasor, y menos me gustaba verlos a ellos plantando estacas en “sus” tiendas alquiladas, yo quería verlos en sus camellos, en libertad devorando distancias entre las dunas, soportando estoicamente las tormentas de arena que no impiden que sigan su marcha, pero bueno… allí estaba yo durmiendo en sus tiendas. Quizás por eso fue que este encuentro con la caravana me renovó el espíritu y me alegró el alma.
Regresé al campamento cuando el sol ya se ponía, contento por el momento vivido y ansioso por el día que me esperaba. Al llegar a la tienda Gerard me dice que ya había pasado el “mensajero” y yo tenía como tres hojas con más de 15 correos. Nunca pensé que estos mensajes recibidos a la distancia en ese momento podrían tener tanto impacto emocional y estimulante.
Está claro que la Organización montó todo ese circo de recibir e-mail en el desierto, con computadoras y conexiones celulares porque saben de su efecto. La carrera es muy dura y las caídas anímicas son frecuentes por eso es mucho el esfuerzo que hacen para levantarla y en ello va también lo de los mensajes.
Estamos hecho mierda, cansados, con dolores musculares, el que no tiene llaga en los pies tiene marcada la espalda por el peso de la mochila, o anda vendado como una momia quemado por el sol, o con tendinitis que impiden caminar, o con diarreas que no paran y debilitan, pero llegan los e-mail y parecería que todos fuesen inyectados, no falla. Y en ese ambiente tan especial no existe margen para disimular o para contenerse, todos estamos muy sensibles y sin miramientos, cada uno expresa lo que siente.
Ver tipos llorando cuando leen los correos parecería una exageración o algo preocupante en otras circunstancias, pero acá no. Es la simple emoción de recibir un aliento fuerte muy fuerte no importa de cuantos kilómetros llegue ni en que idioma, son mensajes disparadores que leemos uno o dos veces a lo sumo para no quedar enganchados en la nostalgia o en el recuerdo porque tienen que servir para fortificar no para debilitar. Eso sí, las frases recibidas, porque todos son mensajes cortos, quedan grabada para el día siguiente cuando las gambas hallan dicho basta y la cabeza recibiendo ese mensaje desde tan lejos te empuja a la meta. Esto no es palabrería, es realmente así.
En mi caso los mensajes de los chicos de Le Group fueron fundamentales, porque no transmitían preocupación o consejos de cuidarse como son generalmente los de los familiares directos, no, son mensajes de palos, de fuerzas, de puteadas, para que sigas adelante, de recordarte las horas de entrenamiento y sacrificio que metiste para llegar ahí, de hacerte creer que sos Superman y que no existe nada que te frene…y realmente es así. El único problema en mi caso es que cuando corría y recurría a estos pensamientos me daba tanta manija que sin darme cuenta aumentaba el ritmo o incluso me olvidaba de tomar agua con la frecuencia que debía, y bueno… la cagaba!...
Cuantas cosas me estaba dando la MDS, porque cuando pienso en Le Group, no solo el aliento recibido fue lo importante, sino también la significancia que puede tener en la vida tener un grupo de pertenencia, no importa su temática u objetivo, sino el hecho de PERTENECER porque allí aparece la identidad y la comunicación con los que te rodean y te entienden, cosas que con el apuro en que vivimos normalmente, tantas veces descuidamos.
A la tardecita cuando voy al control para ver las ubicaciones me encuentro todavía muy bien, aunque retrocediendo, 296 sobre unos 750 ya que en estas tres primeras etapas debe haber habido unos 20 abandonos. Hasta ahora hubo solo 2 evacuados a sus países, ambos por deshidratación severa, pero afortunadamente ya llegaron noticias de que están bien y fuera de peligro.
El cansancio al final de esta etapa había sido sin duda mayor que en las anteriores, pero el encuentro con los Tuaregs y el pensar en lo que se avecinaba me hacía olvidar todo. La Grand Etape, los esperados 70 km, los que me llevarían a la noche sahariana, al correr bajo las estrellas, al tratar de no cometer errores ni abusar del ritmo pero al mismo tiempo no bajar el tranco porque debería hacerla en un día, no en las 36 horas que nos daban. Sí, porque si bien reglamentariamente tendríamos casi dos días para cubrir esa distancia, el no hacerla en el primer día significaba quedarme sin un día de descanso antes de la etapa siguiente, la legendaria de 42km.
Allí estaría la clave para la continuidad de la MDS y las posibilidades de completarla. El día de descanso era fundamental y así lo tenía yo programado. Me sentía bien, pero mi rendimiento claramente venía disminuyendo, tal cual lo indicaban las posiciones. La hidratación iba de maravillas, ya que seguía orinando mucho todas las noches y hasta ahora no había tenido ningún síntoma parecido a los que había vivido en el Talampaya.
El entrenamiento tampoco había sido un problema porque ya tenía claras evidencias que el programa de Pablo había sido perfecto. Estaba seguro de ello porque en las charlas con el resto de los corredores, todos se imaginaban corrigiendo sus entrenamientos si lo tuvieran que hacer de nuevo, pero en mi caso, no. No cambiaría absolutamente nada, todo lo que había comentado Pablo estaba ocurriendo, todas las sensaciones por las que me tocaba pasar, en alguna medida las había vivido en el entrenamiento y hasta este momento el cuerpo mostraba una recuperación muy buena cada mañana al tener que largar una nueva etapa. ¿Estaría jugándome una mala pasada el menor consumo de calorías al que me había obligado para disminuir el peso de la mochila?. Pensando en todo eso me fui a dormir temprano, preparándome para la gran jornada.

Cuarta Etapa: Jebel Zireg Ouest/ Ouest Du Kfiroun – 70,5 km – 28/03/07
Dormí bien a pesar de la ansiedad. La preparación de la mañana prelargada fue igual que siempre, solo que cuidando mucho más cada detalle, el encintado de los pies, la búsqueda de agua extra que dejasen otros corredores, el encintado en la parte superior de las polainas enroscado en el sentido correcto para que el viento no la despegue, el ordenamiento de las comidas que tenía que llevar en esta jornada larga, la distribución del Gatorade en polvo, del Powergel, las barritas y las cápsulas de cloruro de sodio y de potasio en el lugar que correspondía y lo más importante, el lograr ir al baño antes de la largada para evitar cualquier parada obligada o descompostura durante la carrera. Esto último hasta ahora había funcionado a la perfección, nunca una parada para evacuar los intestinos.
Todos estábamos en la misma, con muchas ganas pero con cierta lógica preocupación por los 70 km que nos esperaban que sabíamos serían clave para la concreción de la MDS.
Este día habría dos largadas. Una a las 9:00 h como todos los días y otra a las 12:00 h para los que venían en las primeras 50 posiciones, la elite de la MDS. Allí en ese grupo estaban los “monstruos” de la MDS. El más destacado sin dudas era Lahcen AHANSAL ganador de la últimas 9 MDS!...increíble este marroquí que volaba en la arena. Un tipo totalmente distinto fisiológicamente, oriundo del lugar, ya transformado en un mito de la historia de la MDS.
Hace 10 años era un empleado más de la Organización que reclutaba gente del lugar para el trabajo en los campamentos. La insistencia de Lahcen y de sus amigos del lugar para con la Organización para que lo dejase correr, sin pagar la inscripción porque obviamente Lahcen no estaba ni remotamente en condiciones de hacerlo, hizo que al final accedieran, y le armaran una mochila entre todos, con lo indispensable. Así largó Lahcen, con una mochila rejuntada, con el entrenamiento que le había dado la vida en su villa entre las dunas del Sahara y… ganó la prueba. Nadie lo podía creer.
De ahí en más se sucedieron otras 8 MDS las cuales ganó todas y ahora ya iba por su décima victoria que esta ves tendría que disputar nada menos que con su hermano Mohamed que le había usurpado las 2 primeras etapas aunque él ya se había adueñado de la tercera.
Pero Lahcen no era el único “distinto” de la carrera. Allí estaban también Philippe REMOND Tri campeón de Marathon de Francia y Campeón Mundial de Marathon en 1997, Jorge AUBESO seis veces Campeón de Ultra maratón (100km) de España y Vice Campeón Mundial de Ultra Maratón de 100 km, en Tokio en el 2005 y entre las mujeres Laurence FRICOTTEAUX Vice Campeona Europea de Ultra maratón y 5º en el Campeonato Mundial del 2006 y Geraldine Courdesses ganadora de la última MDS en 2006. Para nosotros era un orgullo que Dominique estuviese entre ellos.
La arenga de la música y las palabras de Patrick Bauer dando datos sobre el terreno y las condiciones climáticas que nos esperaban en esta etapa fueron más escuchadas que nunca, y también los abrazos y estrechadas de manos entre los corredores.
Con Gerard repetíamos lo de todas las largadas, un apretón de manos y su frase de siempre: “Allé, allé Daniel…que la vie est belle!... y allí fuimos. No se si habrá sido por el entusiasmo o por que el cuerpo ya estaba adaptado, lo real es que los primeros 10 km los hice más rápido que nunca. Había programado la carrera mentalmente en 7 carreras, una por cada PC, es decir jamás pensaba en los 70 km sino solamente en llegar el próximo PC como si allí terminara la MDS!.. y así fui yendo.
El terreno variable como siempre, grandes extensiones de suelo arenoso pero firme, alternados con bolsones de arena floja, cuestas en cerros imprevistos, dunas altas y abruptas, dunetas bajas pero interminables, todo ya era conocido para mi cuerpo y mente, ya no asombraban y eso ayudaba. La concentración estaba como siempre, en cumplir con la frecuencia de ingerir líquidos y suplementos energéticos en el momento apropiado y tratar de no parar mucho en los primeros PC para aprovechar la temperatura no extrema de la mañana.
Los primeros dos PC los pasé muy bien, incluso con algo de euforia por sentirme ya en la Grand Etape que tanto había esperado y sobre la que tantas vueltas mentales había dado durante el último año. Pero la jornada sería larga y no daba para entusiasmos anticipados. Al tercer PC llegué cansado, cerca de las 2 de la tarde, hora en que en los días anteriores ya había finalizado la etapa. El último tramo había sido de dunas con mucha pendiente lo que me empezó a quitar piernas. A la salida del PC entramos nuevamente en zonas de dunas no muy altas pero muchas y continuadas, subía y bajaba, subía y bajaba.
Al rato veo que atrás mío venían un par de corredores con un gran tranco acompañado por otro que llevaba una bandera. Eran los hermanos Ahnsal que punteaban la carrera, habían largado como dije a las 12:00 y ya nos estaban pasando. ¡Como corrían! parecían colgados del cielo, porque no se enterraban en la arena. Obviamente fue la única ve que los pude ver correr.
La temperatura comenzó a apretar de golpe y empecé a sentir flojedad en las piernas, lo que me obligó a alternar el trote con algunos minutos de marcha. Esto hizo que el calor se sintiese aún más, sentía como que me aplastaba contra la arena y el piso caliente. Prefería la arena que aunque pesada era uniforme y no hacía doler tanto los pies como las piedras calientes e irregulares de los trayectos largos. Nuevas sensaciones iban apareciendo y a las que quería acostumbrar el cuerpo cuanto antes. No descuidaba para nada la bebida, ni las sales, pero no me sentía bien como en las etapas anteriores. Ahora sí estaba conociendo la dureza de correr en el Sahara.
Hasta el PC 4 fueron 13 km muy duros en lo físico pero también en lo mental, 13 km muy largos casi interminables. La trepada al jebel Foum Al Hopaht fue infernal, 150 metros con una pendiente superior al 25% y un descenso abrupto que no resultaba fácil. Los gemelos empezaban a resentirse seriamente sufriendo más en las bajadas que en las trepadas. Llegué a este PC pasada las 4, y paré para comer algo. Sentía que las piernas y el cuerpo todo no me respondían como necesitaba, indudablemente faltaba “olla”. Me preparé un cereal con leche y pasas de uva y lo comí despacio, tomándome el tiempo que fuera necesario.
En ese PC estuve más de media hora. Allí lo encontré a Gerard que venía bien, mucho mejor que yo física y anímicamente, había llegado un rato antes y ya estaba listo para salir. Intercambiamos comentarios sobre como la habíamos pasado hasta allí, me dio ánimo diciéndome que veníamos haciendo una gran carrera, y otra vez con su “Allé, allé, Daniel, que la vie est belle!” lo vi partir perdiéndose entre las dunas. Estuve más de media hora en el PC para reponerme y seguí porque si paraba más se me complicaba el plan de terminar la etapa en el día.
El trayecto que siguió se inicio con dunas que no fueron muchas pero que siguieron castigando las piernas. Después continuó un terreno plano pero lleno de rocas y piedras que no dejaban correr con soltura, fue un trecho muy duro donde el cuerpo empezó a decir basta: La mente tenía que sacarme de la situación difícil y lo estaba haciendo.
Las interrupciones del trote cada vez más frecuente disminuían mi ritmo de carrera, pero no podía hacer otra cosa, la flojedad de las piernas era cada vez mayor y los mareos más frecuentes. Los mensajes de Le Group acompañaban en mi cabeza a la concentración que debía poner para no discontinuar la ingesta de líquidos. Sentía que el esfuerzo era muy grande, al límite diría, pero las palabras de Pablo cuando nos despedimos, asegurándome que yo estaba preparado para aquello volvían a la memoria y eso me tranquilizaba.
Llegué al PC 5 pasada las 7 de la tarde, cuando el calor ya había aflojado. Este trecho me había llevado más de 2 horas, estaba agotado por lo que volví a parar más tiempo para reponer agua y también para comer todo lo que me quedaba. El PC estaba un poco convulsionado con un corredor que habían encontrado desvanecido cerca de la llegada, por suerte antes que se hiciese de noche. Los médicos lo estaban tratando esperando que llegase el Jeep que lo llevaría al Hospital de campaña del campamento. Lo vi cubierto con una frazada mientras le inyectaban solución fisiológica.
Estos accidentes nos afectaban mucho a todos, nos provocaba un bajón anímico bárbaro, porque si bien sabíamos que todo estaba muy bien controlado y que la lista de corredores era chequeada en cada PC, temíamos por las tormentas de arena nocturnas y principalmente por el estado de agotamiento que llevábamos. Además ya no corríamos en caravana, sino solos, aislados del resto lo que disminuía las posibilidades de ayuda. Ya empezaba a hacer frío por lo que calenté comida debajo de un toldo que me protegía. Comí bien, comida caliente, y postre pensando solo en el próximo PC, el último que me quedaba.
Dejé el PC con ritmo lento, trotando pero muy lentamente, ya el sol se había puesto y la noche sahariana que tanto había esperado había llegado. El terreno ondulado aunque pedregoso permitía trotar pero igual tenía que interrumpir con marcha, porque las piernas no daban. Las estrellas aparecieron de golpe como si hubieran estado esperando, y si bien había algo de luna, el relieve en el horizonte se hizo difuso y el contraste con la luminosidad del firmamento le quitaba definición.
La noche cayó de golpe y a esa altura de la etapa ya corría completamente solo, la caravana de corredores se había discontinuado incluso algunos ya habían optado por hacer noche en el PC 5 para descansar y seguir con los últimos 20 km al amanecer del día siguiente. A medida que pasaban las horas más corredores se sumarían a esta acampada nocturna en el quinto PC. Yo seguí con un trote lento, tratando de mentalizarme para hacer 10´ x 1´ o sea 10 minutos de trote por 1´ de caminata, que mantuve durante un corto tiempo porque las caminatas pasaron a ser de 2´, luego de 5´ y luego de 10´… el ritmo era cada vez más lento pero mientras tanto seguía avanzando.
La comida en el PC me había ayudado en algo pero igual me sentía muy débil. Allí otra vez fue fundamental reflotar en la cabeza todo lo vivido y todo lo que había luchado por llegar a ese momento. Otra vez los e-mail, las palabras de Pablo, el correo de Juan Carlos Mazza que había tomado este desafío como propio, el de Negrita que se había tenido que bancar 6 meses como si ella también estuviese entrenando, el de los chicos que cada uno en su lugar donde se hallaban seguían la carrera por Internet y alternaban en los mails sus alientos ¡con noticias de Ñubel! Los de mi vieja que había entendido muy bien en lo que yo estaba y creía en mí, sí, porque su e-mail no había sido el de una madre preocupada por su hijo, pidiéndole que se cuide, no, para nada. “Vamos hijo, ya pasó la tercer etapa, ¡Vamos! ¡Fuerza! Que vos podés. Todo mi cariño y mi aliento desde acá” eso decía su mail. No había duda de que ella había “entendido” la MDS.
Todas eran herramientas útiles para seguir adelante. Como cuando aparecieron otra vez las dunas y para pasarlas, elegí para cada una a un compañero de entrenamiento para atacarla junto, sí y sentía que la corría con ellos y hasta me parecía verlos cuando trepaban la arena. Todo servía, todo eso ocurría en la mágica noche sahariana mientras la distancia al próximo y último PC se acortaba.
De golpe apareció en el horizonte un rallo láser verde fuerte que indicaba el rumbo. Era hacía donde había que seguir para llegar al PC 5 sin perderse. Hasta ahora por suerte no se habían presentado accidentes de corredores perdidos, pero en la noche con el cuerpo agotado y la mente sin responder como uno quisiera, era importante tener clara la dirección a seguir, por eso ese rayo de luz fue un alivio, solo había que pensar en seguir, no importa como, pero seguir, el rumbo estaba marcado.
La noche sahariana me envolvía. Hacia delante de golpe aparecían como estrellas que se habían caído a la tierra unas lucecitas verdes fosforescentes que se movían como luciérnagas. Eran los “stick” luminosos colgados en las mochilas de algún corredor que me precedía en la distancia. Y hacia atrás desde la cima de alguna duna se podía ver el caminito muy espaciado de lucecitas más brillantes, blancas, también muy discontinuadas y móviles. Eran las linternas frontales de los corredores que venían detrás. Lo había esperado tanto…estaba agotado, como nunca antes, pero sentía que el Sahara me estaba dando su reconocimiento entregándome su noche, ofreciéndome a sus estrellas como brújula del camino.
Eran más de las 10 de la noche cuando llegué por fin al PC 6 el último que quedaba. En este me detuve muy poco porque no quería pensar mucho, quería seguir. Repuse el agua, muy poca porque en las última horas la temperatura había bajado mucho y no transpiraba, pero igual seguía reponiendo sales aunque esto era cada ves más desagradable, porque el estómago también estaba resentido y no asimilaba bien todo lo que le llegaba.
Dejé el PC con mucha decisión aunque no tanta energía, solo restaban 8km, los últimos 8 km de los 70.5 km que había iniciado a las 9 de la mañana. Hacía mucho frío lo que me obligó a parar y ponerme el mameluco que usaba a la madrugada cuando los Tuaregs nos sacaban de la tienda, y seguí, ahora ya con las luces de las estrellas como guía y el resplandor que de a ratos aparecía de los reflectores del campamento que no se vía pero que por allá estaba. Fueron 8 km interminables, duros, durísimos, quizás los más duros que haya tenido en toda la carrera. La distancia era corta pero yo estaba muy cansado y muy débil. Me dolía todo, los gemelos, los cuádriceps, los glúteos, las plantas de los pies, todo. Daba dos pasos en trepar a un médano y paraba a descansar. En algún momento me parecía estar en el Aconcagua por el ritmo lento discontinuado que llevaba.
La noche ya era muy cerrada y las dunas no mostraban su relieve, solo su contorno. Esto hacía que apareciesen de golpe, y debía subirlas directamente como se presentaban independientemente de su pendiente, sin poder atacarlas por su cornisa, Esto fue mortal, sentía que me faltaba el aire, que se me explotaba el pecho. Confieso que fue la única ves que sentí temor, sí, porque quería terminar la prueba, no quería quedarme allí perdido o con problemas en medio de la nada.
La noche era maravillosa pero estaba solo, completamente solo. Incluso cuando me cruzaba con algún otro corredor que me pasaba recién lo veía cuando estaba cerca. Todo era silencio, todo era agotamiento, estaba fundido, por eso pareció el temor, y también el espíritu de supervivencia que llevamos adentro, y empecé a caminar despacio, muy despacio, descansando, cuidándome, tomando aire pero sin olvidar lo que estaba viviendo.
Sufría, valla si sufría, pero en ningún momento dejé de disfrutar aunque no se entienda, de la noche que vivía, la noche que seguro nunca olvidaría. Los últimos kilómetros lo hice como un autónoma, la luz de los reflectores de la llegada brillaban cada ves más fuerte y más cerca aunque el campamento aún no se veía. Solo apareció a la vista al llegar a la cima del último médano cuando faltaban menos de 200 metros. Era pasada la medianoche cuando crucé el arco de llegada.
Llegué en muy mal estado, solo recuerdo que había gente esperando para alentar y atender a los que llegaban, pero no mucho más. Un chico de la Organización me ayudó a sostenerme porque al relajarme se me aflojaban las piernas. Me ayudó a ubicar la carpa y caminé como pude hasta encontrarla. En la tienda ya estaban todos descansado o tratando de hacerlo. Hervé parecía el más hecho mierda porque eran de su bolsa donde salían algunos gemidos y suspiros.
Como pude me metí en la bolsa de dormir con dolores muy fuertes en las piernas, con láctico hasta en las uñas, sin ninguna posibilidad de alongar, estaba destrozado. Había tardado casi 2 horas en hacer los últimos 8 km y 15 horas 25´ en correr los 70.5 km de la Grand Etape pero la MDS estaba ahora sí, al alcance de la mano.

Ouest du Kfiroun – 29/03/07
Anoche me costó dormirme a causa de los dolores provocado por la acumulación de ácido láctico. De a ratos me despertaban algunos gritos y aplausos que al principio me hicieron pensar que estaba soñando, pero no, eran reales…durante toda la noche siguieron llegando corredores que eran recibidos con alegría y felicitaciones por los que ya estaban descansando o preparándose para hacerlo.
Esta vez no hubo corridas a la salida del sol por el desarme de las tiendas, ya que quedarían armadas todo el día hasta mañana a la mañana cuando largásemos la penúltima etapa. Me desperté temprano, los dolores no eran tan fuertes pero seguían, así que dejé la bolsa de dormir en cuanto levantó el sol y salí a caminar a juntar algo seco para hacer fuego para el desayuno y sacar láctico del cuerpo dolorido.
Mis compañeros de tienda estaban bien aunque también con mucha fatiga y dolores, especialmente Manuel que tenía los pies a la miseria por las ampollas y dudaba de poder seguir si no mejoraban en este día de descanso. Gerard, optimista como siempre pero con tendinitis fuerte en hombros y las piernas. Hervé había tenido una descompostura con vómito incluido durante la carrera pero ahora se sentía mejor y con todo un día para recuperar su estómago. Dominique muy contento porque había hecho un tiempo bárbaro. Había llegado a las 9 de la noche a pesar de haber largado a las 12 del mediodía con el grupo Elite.
En las otras tiendas todo era parecido, todos tratando sus heridas o problemas si podían o sino yendo a la enfermería. Pero la cola de corredores esperando ser atendidos era muy larga por lo que muchos preferían resolver sus problemas en las tiendas ayudándose unos a otros. Lo fui a ver a Bochi y lo encontré muy bien aunque con los pies también hechos mierda, pero contento por haber llegado. Había sufrido un montón me dijo, el dolor de las llagas de los pies había sido insoportable, pero ahora tendría un día para recuperarlos.
Los rostros de casi todos los corredores reflejaban una mezcla de extenuación por la jornada vivida y de satisfacción por haber llegado.
Solamente algunos pocos estaban mal o se los veía apagados. Eran los que habían arribado con problemas serios y veían truncada la posibilidad de continuar la carrera, pero eso era algo que estaba previsto que nos podía ocurrir a todos, formaba parte de la carrera misma. El corredor español que encontraron desvanecido cerca del PC 5 estaba mejor pero no en condiciones de poder seguir, este día de descanso quedaría en el Hospital de campaña porque piensan que se recuperará y no deberá ser repatriado.
La MDS me dio muchas cosas, de distinta índole, algunas que esperaba y otras muchas nuevas que no conocía. Me mostró el Sahara que yo añoraba, que yo extrañaba, con sus médanos y dunas que tienen vida, sí porque solo es cuestión de quedarse fijo, quieto a observarlas en silencio para que aparezca algo que se mueve, que muestra que no está “desierto”. Pero lo más importante que me dio fue sin duda su gente.
Estábamos todos exactamente en la misma, habíamos llegado allí sabiendo lo que buscábamos y percibiendo o imaginando lo que nos esperaba. Sabíamos que aprenderíamos muchas cosas, que descubriríamos nuevas sensaciones, que quedarían muchos elementos para la reflexión incluso ya cuando la carrera hubiera quedado atrás.
Sacando la docena de corredores que luchaban por la punta, el resto sabíamos que no veníamos a competir con nadie sino con nosotros mismos, ni siquiera competiríamos con el desierto que no tenía nada en contra nuestro…estaba allí como él era y había sido siempre. La competencia era interna, con nosotros mismos, con nuestros propios límites, tratando de desplazar, de subir esa línea que creemos pone una frontera a nuestras capacidades, al potencial que creemos tener. Una línea que si bien sabemos no es fija, (no tengo dudas de todos los que estábamos allí la teníamos clara de que no es fija, porque sino no estaríamos allí) no siempre empujamos o hacemos fuerza para desplazarla, por eso estábamos allí, para tratar de moverla.
Me sentía integrando quizás a uno de los grupos más “ricos” que conocí en la vida. Todos, a su manera y con sus historias, unos personajes increíbles, y mucho más en ese ambiente, en ese entorno y ante esa circunstancia. Estábamos todos en el borde de la cornisa, independientemente de los tiempos con que habíamos completado cada etapa. Habíamos llegado al límite físico y había sido el espíritu, el alma, lo que nos había llevado a donde estábamos. La pureza y simpleza era casi total, y no me refiero al Sahara que de por sí lo es, me refiero a los que allí estábamos.
Era el hombre y su esfuerzo por acomodarse a un ambiente que le resultaba extremo, donde muchas normas o pautas que en la vida cotidiana son importantes allí habían dejado de serlo.
Los sentimientos eran expresados tal cual salían, sin miramientos ni tapujos. Si tenías ganas de llorar al leer los mails que recibías, llorabas sin importarte el que estaba al lado, si sentías expresar un reconocimiento o admiración a un tipo que ni conocías, también lo hacías. Si te tenías que desnudar para higienizarte como podías con las toallitas para bebe que llevábamos te desnudabas allí donde estabas, no había que esconderse, nadie reparaba en como estabas, estabas en lo que estaban todos, tratando de lograr la MDS. Si tenías que ir al baño te alejabas por cuestiones de higiene para mantener limpio el campamento, no por pudor ni prejuicios. En ese ambiente un cuerpo desnudo era simplemente un cuerpo sin ropas, nada más que eso.
Nunca había experimentado un grupo así, con tanta solidaridad, con tanta onda positiva, con tantos amantes de la vida, pero amantes de verdad, de los que disfrutan y gozan de una simple salida o puesta de sol por el simple hecho de verla, como Gerard que minimizaba permanentemente el problema de cáncer de riñón o amputación de los dedos. Qué importancia podía tener aquello si no le habían impedido para nada vivir los momentos que estaba viviendo.
Donde las quejas existían pero con fundamento, sí, porque un dolor genera quejas, y era inevitable tenerlas hasta que el dolor pasase, no eran inventados, como tanta veces ocurre en la vida allá, la cotidiana, la de todos los días. Los problemas que teníamos que resolver ahora a cada instante eran reales, sí reales, no fruto de una sociedad o de un decreto o acuerdo o de algo provocado o armado por el hombre.
No, porque el problema de las ampollas en los pies existía de verdad, no eran psicológicos ni sociales, y había que curarlas para poder seguir. La deshidratación también, eran electrolitos que se perdían por la alta transpiración y que si no se reponían afectaba la fisiología del organismo, no había vuelta que darle, después de tres horas de correr en el desierto las pérdidas de potasio son tal que si no se la repone, los tendones no se nutren como corresponden y las tendinitis resultan inevitables.
El cansancio y agotamiento a esta altura también era de verdad, ya no estaba en el bocho, no, eso había quedado en el primer día, ahora eran reales, el músculo, el tendón daba todo lo que podía y había que buscar la forma de que se recuperase durante las horas de descanso por la tarde, sacarle el láctico, relajarlo, para que a la mañana siguiente tirase de nuevo.
Estábamos todos en la misma, cada uno con sus problemas a resolver pero todos en la simpleza que da el objetivo simple de querer seguir. No necesitábamos nada, solo estar bien con el cuerpo y la mente esforzándose por entender e integrarse a ese ambiente que para la mayoría (excluyo a los marroquíes de lugar) nos resultaba “extremo”…pero que viéndolo holísticamente en realidad no lo era.
Allí otra vez aparecía la confirmación de que no hay lugares extremos en el planeta, simplemente lugares con características propias, como el Ártico, como el Amazonas, o como el Sahara. Sí, lugares menos poblados, pero nada más que eso, no extremos, o al menos habría que preguntarse extremos para quién.
Quizás lo era para nosotros que veníamos de lugares con otras características, pero sin duda menos extremo que lo que resultaría para el Tuaregs que desarmaba las tiendas por la mañana, o para un Nenetsi del ártico siberiano, o a un Yanomami de la cuenca del Río Negro amazónico, el caminar (ni siquiera tengo que decir correr) por Nueva York, Londres o el mismo Buenos Aires cualquier día de la semana.
Más extremo le resultaría a Mohamed, el chico marroquí que me acercó la botella de agua sin terminar que encontró en el PC3 de la segunda etapa cercano a la aldea donde vivía, el pasear por París o Berlín portando su piel morena y sus rasgos bien saharianos!... No tengo dudas que era mucho más fácil para mi adaptarme a las altas temperaturas del Sahara o a los 40º bajo cero del invierno siberiano que para él sobrevivir a la xenofobia de la “civilización” europea, aunque le sobrase agua!...
En esas condiciones tan especiales y simples del Sahara estábamos todos, en un ambiente al que cada día nos sentíamos más integrados. Y Fue precisamente en ese entorno, en ese micromundo que debimos enfrentar la dificultad más dura que tuvo la 22th edición de la MDS, la que realmente nos puso a prueba.
A media mañana pasó un chico de la Organización por las tiendas convocando a una reunión imprevista en el centro del campamento. Nos llamó la atención porque nunca había ocurrido una convocatoria a la mañana, todo se anunciaba al atardecer luego del descanso.
En unos minutos estuvimos todos en el centro del círculo que formaban las tiendas donde Patrick Bauer con sus asistentes esperaban a que se juntasen todos para dar alguna noticia que inmediatamente viendo sus caras percibimos que no sería buena. No existían dudas de que algo desagradable había ocurrido.
Ya cuando comenzó la charla nos dimos cuenta por donde venía el tema. Esa mañana cuando todos nos levantamos, alguien no lo había podido hacer. Bernard Julé un francés de la Bretaña, había hecho el día anterior la mejor de sus etapas, se había jugado todo, con sus casi 50 años había finalizado la Grand Etape en la posición 45. Pero algo falló en su organismo y no despertó. Imposible tratar de explicar el impacto que tuvo la noticia en el campamento.
Un manto de dolor y de silencio de pronto cubrió ese pedazo del Sahara!. Se habló poco, no había mucho para conversar, todos llevábamos el duelo internamente, tratando de comprender lo incomprensible. Bernard con sus cinco compañeros también bretones, justo estaban en la tienda pegada a la nuestra y sin embargo no percibimos nada esa mañana cuando todos se despertaron menos él.
Yo lo conocía por intercambiar saludos al levantarme a la mañana y valla casualidad, la única ves que nos cruzamos en la carrera fue al llegar al PC2 de la Grand Etape (Me di cuenta de ello al ver el video que recibí de la carrera).
Sus compañeros comentaban que había hecho un carrerón en la etapa larga, que había llegado tan contento que a pesar del cansancio se levantó de la bolsa de dormir varias veces a la noche para aplaudir y felicitar a los corredores que iban llegando (los aplausos que yo había escuchado y creía que soñaba).
Los archivos y documentos médicos en poder de la Organización mostraban claramente su perfecta aptitud para participar en la MDS. No estaba claro que problema había tenido, pero eso importaba poco, el dolor era muy grande, muy profundo. ¡Qué prueba nos exigía el MDS!
El día fue de recuperación, del cuerpo y del alma que estaba bastante lastimada. El golpe era muy duro, pero debo confesar que generaba sensaciones raras, distintas. La muerte es siempre algo raro, con muchos matices según se la mire y de quién se trate. Ese día la muerte fue tristeza, dolor, terrible dolor, llanto, amargura, pero no tragedia!... difícil de entender y más difícil de explicar.
Dejar la vida a los casi 50 años (le faltaban 2 días para cumplirlo) no es común, no es normal, y menos en un deportista como Bernard, como no puede ser trágico?... nó, no lo era. El dolor de todos estaba en Bernard pero también en su familia que a la distancia le resultaría difícil comprender lo ocurrido, y quizás nunca lo logren. Y en Bernard por supuesto, pero por todo lo que se perdería de ahora en más!.. allí estaba el dolor, porque habría muchas MDS o cosas parecidas que ya no lo podrían contar a él, ese era el drama!...
Porque Bernard era un amante de la vida como todos los que estábamos allí, y si bien la pena era muy grande por todo lo que ya no viviría… que vida habrá tenido Bernard hasta ayer!... cuantas cosas habrá disfrutado en tan solo 50 años!. Cuantas horas de reflexión y de búsqueda, de placer y remanso, de amaneceres y crepúsculos, de reuniones y amigos, de ácido láctico y adrenalina, de entrenamientos y llegadas, de contracturas y lesiones, de lecturas y escrituras, de desafíos y logros… Seguro que muchas, muchas más que la mayoría de los “normales” que en promedio mueren con varios años más encima…por eso lo ocurrido no era tragedia, ¡aunque el dolor doliese más que nunca!.
El día siguió, como siguió la carrera, con Bernard repartido un poco en cada uno de nosotros… Un día en que se juntó en armonía el descanso con el silencio…
Difícil explicar como el dolor se transformaba en fuerza, sí, porque aunque los rostros no podían dibujar una sonrisa el cuerpo esperaba con más fuerza, hasta con algo de bronca la próxima largada. Mañana sería la última etapa dura, la mítica maratón de 42 km... la última prueba dura ya que la sexta etapa sería de solo 12 km para llegar al final de la MDS. Terminar mañana significaría tener la MDS casi en el bolsillo.
A media tarde ya teníamos las posiciones en la pizarra y allí veo que la jornada de ayer para mí había sido realmente dura. Había llegado en la posición 391, muy atrás con respecto a días anteriores. Había tardado unas 4 horas más de lo que hubiese necesitado para mantener la posición, indudablemente el cuerpo estaba en problemas, y la “cabeza” no alcanzaba para resolverlos.
La hidratación seguía bien, incluso habíamos tenido la suerte que justo en la Grand Etape la temperatura no había superado los 35º lo que ayudó muchísimo. El entrenamiento insisto no tenía la culpa, ya que los pies seguían intactos, las tendinitis, calambres o contracturas completamente ausentes y el láctico salía como entraba. La única explicación que me quedaba era la posible falta de energía, de “olla”.
Todo indicaba que la comida diaria suprimida para reducir peso en la mochila estaba pasando factura, al menos eso era lo que yo pensaba. El momento clave para la carrera ese día fue al recibir los mails. Y esta ves no solo por la inyección de energía que significaba recibir tanto apoyo y aliento a la distancia sino por el correo de Pablo “Vamos loco, ya terminó la cuarta etapa y seguís en carrera, COME E HIDRATATE a full! Si tenía alguna duda, esta desapareció con el mensaje recibido. Tenía que alimentarme más, comerme todo lo que pudiese.
Llegué a la tienda y le pregunté al resto como andaban de comida. Me contestaron que bien, sin problemas, que les sobraría incluso y que podían darme si necesitaba. Ese día me comí todo lo que me quedaba, todo, ¡cené tres veces! Haciendo cálculos consumí más de 4.400 Kcal. Casi 1.500 Kcal. más que en días anteriores y si a eso agregamos que no había quemado energía por ser día de descanso, estaba a full! Almacenando glucógeno hasta en las pestañas.
Así me fui a dormir, pensando en lo que vendría y en Bernard corriendo…

Quinta Etapa: Ouest Du Kfiroun/Erg Chebbi – 42.2 Km. – 30/03/07
Nos levantamos temprano como siempre y otra vez corridos por el desarme de las tiendas. Preparamos las mochilas. Obviamente la tristeza seguía especialmente en la tienda vecina que había sido levantada muy temprano.
Al rato, espontáneamente comenzó un desfile de corredores que dejaban una piedra en donde Bernard había quedado. Se armó un montículo donde una cruz de madera, no importe cuanto dure, estará para siempre.
También quedó allí su botellón de agua, no importa si ya no está por haber sido tomado por algún lugareño que lo necesitaba. Bernard se lo hubiese dado. El campamento lloraba, pero el llanto surgía en libertad, con la misma libertad que había disfrutado Bernard corriendo más de 170 Km. por las arenas del Sahara.
La largada fue fuerte, muy fuerte… el minuto de silencio fue más silencioso que nunca y la música de arenga también con el volumen más alto que siempre. En primera fila largaron tomados de la mano los 5 compañeros de Bernard y junto a ellos largó también Lahcen AHANSAL, quién seguía punteando la carrera solo que en esta etapa había remplazado su dossier, en lugar del Nº 1 con el que había sido inscripto, portaba el Nº 53…que le había dejado Bernard!.
Salí muy fuerte, quería bajar el ritmo y no podía, todo se juntaba: el cuerpo repuesto por el día de descanso, el glucógeno almacenado con tanta comida, la euforia de sentir la meta tan cerca, la bronca porque Bernard no corría, y principalmente la cabeza que ya medía las distancias con otros parámetros. Diez kilómetros no eran 10 km, eran 1hora y pico de carrera. Estaba tan embalado con las sensaciones que ni reparaba en los desniveles ni zanjas que tuvimos que cruzar, incluso en un cañadón muy profundo que exigía bajarlo en cuatro patas y me di un flor de porrazo.
Cuando menos me di cuenta ya estaba reponiendo agua en el PC1 al que creo que pasé sin dejar de trotar. Mantuve el ritmo y en otra hora y cuarto de carrera llegué al PC2. Repuse agua y seguí con el mismo ritmo pero que duraría poco porque a un par de km ya se iniciaban las dunas altas del Erg Znagui.
Fueron 6 Km. de arena blanda durísimos que ya el inicio con una trepada de 600 metros con 28º de desnivel me “bajó del caballo”. Las dunas eran muy altas y costaba treparlas porque las cornisas para subirlas por los costados estaban muy lejos y había que encararlas entonces de frente como se presentasen. Ahí, confirmé que los días anteriores estaba mal alimentado. Ahora las trepadas eran tan duras como antes pero las piernas respondían mejor, y en los descensos la cabeza ya mandaba sobre las piernas.
Al llegar a la cima de una duna diviso a Gerard trepando la siguiente, apuré el descenso, bah! rodé realmente, pero eran caídas que dolían menos, o que yo no sentía. Me sacudía la arena, controlaba las botellas de agua, y seguía, y así en dos dunas más lo alcancé a Gerard y corrimos un trecho juntos. Nos sacamos fotos, nos reímos, y hasta planeábamos próximas carreras. Sentíamos que la MDS estaba cada vez más cerca, estábamos muy felices. El siguió con su tranco firme y sostenido y yo me adelanté buscando la próxima cima.
Llegué al PC 3 en otra hora y pico a pesar de los 6 km de dunas. ¡Estaba corriendo fuerte! Allí lo encuentro a Manuel que andaba mucho mejor con sus ampollas y también a Hervé que también había superado sus problemas digestivos. Entré en un terreno plano pero pedregoso y con cañadones secos que lo cruzaban. Tuve que bajar el ritmo por el cansancio, y el calor que ya agobiaba. Fue un trecho interminable que me agotó mucho, no solo las piernas sino la cabeza por la rutina del paisaje.
Cuando a la distancia ya se visualizaban las dunas que nos esperaban otra vez la visita menos esperada… una tormenta de arena apareció de golpe y me obligó a parar, a acurrucarme como pudiese contra alguna quebrada del terreno o arbusto si es que había alguno cerca, cubrirme la cabeza completa y esperar que pasase. El tiempo que estuve parado fue poco, quizás no más de 20 minutos pero suficientemente largo como para que los músculos se engarrotasen por parar de golpe e hiciesen duro reiniciar el trote.
Amainó el viento y recomencé el trote y no habría pasado más de media hora cuando nuevamente entré a una zona de dunetas y allí otra las piernas empezaron a frenarme. Eran mucho más bajas que las anteriores pero estaba fundido, el ritmo que le había puesto a esta etapa había sido demasiado, o no, pero había sido fuerte.
Los últimos kilómetros me costaba correrlos, la cabeza empujaba pero las piernas no le daban bola y de no ser que apareciera Hicham seguro que los caminaba. Hicham era un francés de origen marroquí, de unos 30 años que yo conocía solo de cruzar saludos en el campamento. El venía muy bien y aún no se porque se me puso al lado y no me dejó que parase. “Alle, allé Argentine, allé.. nous sommes forte, tres forte, ne arreté pas! allé!”
Me agarré de su mochila mientras el tiraba…los dos gritábamos y reíamos creo más para ignorar el cansancio que por otra cosa, decíamos boludeces que ya ni recuerdo, e incitábamos a otros corredores que pasábamos a que corrieran más fuertes, que le gritasen a los pies que no dejen de correr, que no les dieran bola si querían caminar. Los dos nos sentíamos volar por el Sahara, y así juntos abrazados pasamos por el arco de llegada con una temperatura que ya superaba los 38º. Eran las dos y media de la tarde y tan solo 5h 36´ me había llevado hacer los míticos 42.2 km en el Sahara.
El chequeo de los tiempos luego en la pizarra me confirmaría que había hecho una gran etapa. Entré en la posición 281. Indudablemente el cuerpo mejor alimentado fue el motor para lograrlo. Llegué a la tienda donde ya estaban Dominique y Maaman, al rato llegó Manuel y detrás Gerard y Hervé. Estaba contento con la carrera pero destrozado por la corrida final. Tuve que esperar casi una hora para poder alongar como quería, pero ya los dolores no importaban. El tiempo de descanso esta tarde sería escaso, pero no para recuperar las piernas, sino para procesar todo lo que pasaría por la cabeza.
Era nuestro último campamento de la MDS. Ya comenzaba a mezclarse la euforia con la nostalgia. Euforia por lo que habíamos hecho independientemente que faltaba un último esfuerzo, que ni teníamos en cuenta, porque aunque sea gateando haríamos los 12 km que faltaban y nostalgia porque en unos días la MDS ya quedaría en el recuerdo.
No nos habíamos olvidado de Bernard, al contrario, aunque sea difícil comprender yo estaba convencido que los 42 km los habíamos podido hacer fuerte gracias a él, a la fuerza, al compromiso, a la bronca que nos daba su ausencia. Yo ni lo conocía, ni conocía su historia, pero es que no hacía falta conocerla, estaba allí y era uno de nosotros…porque todos nos sentíamos iguales, todos nos entendíamos sin explicarnos mucho las cosas. Pocas veces compartí un grupo con tanta identidad con tantas filosofías de vida parecidas.
Era la magia que surgía del encuentro del hombre simple con un medio ambiente duro, arisco a veces pero que no tiene ningún interés en confrontarte, al contrario, se ofrece para que lo conozcas y te integres. Eso era lo que nos daba esa comunión de sentimientos, porque estoy seguro que si hoy nos encontramos los mismos en otro lugar con otras interferencias ya aparecerían diferencias, creadas, originadas por el entorno, pero diferencias al fin… por eso disfrutábamos tanto aquel momento.
El campamento estaba contento, recuperándose sin dudas de lo que había vivido hora atrás aunque no olvidando. Avanzada la tarde las camionetas todo terreno que durante la carrera iban y venían chequeando y evacuando a corredores con problemas, aparecieron llevando a todos los que habían trabajado en la organización de la carrera y pasaron en caravana rodeando las carpas y despidiéndose de los corredores antes de partir para Merzougá donde sería la llegada final.
Ellos también eran responsables de todo lo que nosotros estábamos viviendo, habían sido el apoyo permanente que la situación dura exigía, estaban preparados para hacerlo y cada momento de sufrimiento o de júbilo lo habían vivido como propios. Jamás nos sentimos fiscalizados, incluso cuando nos marcaban las pautas de la carrera o las penalidades por no cumplir el mínimo requisito, sea la falta de un componente del equipo, un documento o el simple hecho de haber dejado una tapita de botella de agua en el suelo, cosa que identificaban inmediatamente porque cada botella que nos daban tenía nuestro número de dossier en la botella y en la tapa.
Fueron el soporte más importante que teníamos cuando arribábamos agotados a la llegada, por eso el aplauso cerrado de todos los corredores que salían de sus carpas para despedirlos cuando pasaron. En el campamento solo quedarían los médicos, los Tuaregs que desarmarían las carpas a la mañana y los que preparaban el concierto que tendríamos en la noche. Sí, ¡un concierto!, porque sería nuestra última noche en el desierto y vendría la Opera de París a acompañarnos.
Fue un noche que nunca olvidaré, una noche que jamás imaginé viviría. Un concierto distinto, con algunos corredores sentados alrededor de la tarima montada para la Orquesta, otros escuchando desde sus tiendas, y muchos desparramados en los médanos que rodeaban el campamento.
El silencio de la noche en el Sahara permitía que los tonos de Mozart, se escuchasen incluso a la distancia. Que llegasen a esas dunas de arena ya fresca que no quemaba, que ya no se pegaba en el cuerpo que estaba seco, que era suave, blanda, que se amoldaba a la espalda, y a los sueños y a tantos pensamientos que en ese momento nos invadían. Pensamientos y repasos de lo vivido que nos acompañaron incluso ya en las tiendas cuando tratábamos de dormirnos, cosa que no fue fácil. Fue la noche que más me costó dormirme, era lo noche que más larga deseaba que fuese.

Sexta Etapa: Erg Chebbi/Merzouga – 11.7 km – 1/04/07
El amanecer nos descubrió despierto y dejando las bolsas de dormir. Era el inicio de la jornada final, la que tanto habíamos esperado, por eso la ansiedad era grande. Esta vez no hubo apuro en los Tuaregs porque no habría otro campamento donde llevar las tiendas.
Desayunamos tranquilo y vaciando las mochilas. No se de donde, pero aparecieron un montón de chicos que seguro sabían que ya no necesitaríamos nada y venían a buscar lo que no usaríamos. Ellos también habían sido importantes en la carrera, y mucho.
Eran parte del Sahara que esa semana nos había cobijado, aparecían en cualquier momento, cuando menos lo esperábamos, en un wadi (lecho de río seco) en los PC, en la cima de una duna, en cualquier lado y nunca descubríamos de donde venían porque no se veían ldeas o casas en los alrededores, pero ellos siempre aparecían, con su aliento: va bien .va bien, allé allé!, o con su pedido: gateou .gateou?. como ellos llamaban a los Powergel. Eran la parte viva del Sahara, la que hace que deje de ser un desierto en el estricto sentido palabra para ser un lugar distinto, solamente menos poblado, pero rebosante de vida. Simplemente un lugar en el mundo.
En el campamento todo era entusiasmo, ¡solo 12 km y con mochilas vacías! Sí, porque dejaríamos todo, menos la bolsa de dormir y algunas cosas que no queríamos dejar más por cuestiones sentimentales que por su valor en sí, el resto todo. Solo un par de barritas de cereales y nada más que dos botellones de 500ml con Gatorade y agua. De los más de 13 kg iniciales terminaba con menos de 3 kg de peso en la mochila.
Lo único nuevo era la bandera rojinegra que esta vez colgaría de la mochila, bandera que me había acompañado en todas las etapas pero guardada, ya que para ella solamente la última etapa estaba reservada.
La largada fue a los gritos y precedida de un Haka maorí que dieron los 5 corredores “kiwis” de Nueva Zelanda. ¡Qué largada!
Y allá fuimos tras el último esfuerzo que nos pedía la MDS. Si bien eran solo 12 km de carrera, sabíamos que en los últimos 7 km nos esperaría un verdadero “postre” porque antes de arribar a la meta había que atravesar el erg Chebbi, el erg con las dunas más altas de Marruecos.
Los primeros 4 km fueron llanos, solo con unas quebradas y cañadas profundas antes de llegar a los médanos, y acelerados como estábamos los hicimos en poco tiempo. No habían pasado más de 30´ cuando ya nos vimos trepando en la arena. El entusiasmo era grande pero las dunas también. Trataba de controlar el ritmo y pensar en la carrera más que en lo que me esperaba pero me era muy difícil.
En la llegada seguro ya estarían Nega y Silvia, mis hermanas que habían venido desde Barcelona. Yo me había comunicado con ellas dos días atrás cuando llegaron a Marruecos y estaban buscando la forma de llegar a Merzouga, donde seguro que ya estaban. Como concentrarme en la carrera cuando sabía que allá en Argentina mi vieja estaría calculando los tiempos imaginando el momento de la llegada, que seguro estaría contactándose por teléfono con mis hermanas.
Eran 7 km de dunas, muy largos para las piernas pero muy cortos para contener tantos pensamientos, tantos meses de laburo, tanta gente involucrada, gente que en ese momento sentía corrían a mi lado. Pero las dunas no terminaban. Una tras otra, unas más bajas otras increíblemente altas, todos las corríamos por todos lados, muchos siguiendo el sendero que marcaron los primeros, otros arriesgando otra ves apartarse bastante para buscar las de menor pendiente. Muchos porrazos y rodadas, más por el descontrol que por el cansancio.
La temperatura era infernal, mucho más alta que los días previos, y con las diferencias que sufre el cuerpo cuando se corre entre dunas. La fuerte y refrescante brisa que me inundaba en las bajadas desenfrenadas, se transformaba en una caldera tan pronto como comenzaba la trepada lenta de la próxima duna. Era aún peor cuando me veía obligado a encararla por la concavidad del centro, donde el aire no corre en absoluto, llegar a la cima era como tirarse a una pileta.
A pesar del cansancio yo me daba cuenta que iba muy rápido porque los pasé a Gerard, a Hervé y a Manuel, quienes en las otras etapas generalmente iban siempre delante mío. Las trepadas eran muy duras, me dolían pero interiormente quería que sean duras, era el Sahara carajo, con el que tanto había soñado y del que en ese momento me estaba despidiendo.
No quería dejar de concentrarme en la carrera, en llegar bien, corriendo muy fuerte, pero también quería no dejar de pensar en las cosas importantes del momento que vivía, en los amigos, en los que me habían ayudado, en mi viejo que seguro si aún viviese volvería con su:…cuando se dejará de joder con estas cosas,!...cuando tendrá 20 años, carajo!… y no pasaban dos de días de que yo regresase de alguna aventura que ya me preguntaba que estaba preparando ahora y se ponía a repararme la mochila!... que grande el viejo!...cuanto tenían que ver el y la Kica para que yo estuviese allí donde ahora estaba!...
Pensaba en todo eso, en la suerte que había tenido en la vida por cruzarme con tantos “personajes” que me enseñaron tanto, y por eso tiré a la mierda el poco agua que me quedaba y llené la botella con la arena que en ese momento pisaba, arena que hoy estará por allí en algún lugar de la casa de Carlos, el amigo que conocí gracias al Aconcagua.
A lo lejos ya se veía el terreno plano, el final del Erg Merzougá no estaría lejos porque ya aparecían chicos gritando entre las dunas. Pero las trepadas seguían y cuando pensaba que la que enfrentaba sería la última, aparecía otra.
En un momento se me borró toda la imagen por los lentes mojados, igual como me había ocurrido en la primer etapa cuando por mojarme la cabeza sin sacarme los lentes estos se me llenaron de agua…solo que esta ves no me había mojado la cabeza!... Sentía que soñaba, me parecía imposible creer que era yo el que ahí estaba, corriendo, llorando, gritando, terminando entero La Marathon des Sables!..
Estaba tan loco que al llegar a la cima de la que sería una de las últimas dunas veo aparecer ante mí el espejismo del Sahara, sí allí, a no más de 50 metros una bandera rojinegra grande me saludaba…
Me llevó un par de segundos darme cuenta que no era un espejismo…no, eran Silvia y Nega que me estaban esperando…¡qué locura, por Dios! y allí sí que me corrí todo, que volé, que pasé al lado de ellas a los gritos, con zancadas gigantes, con los pies que ni tocaban la arena, en bajada hacia el arco de llegada…el pecho me explotaba, crucé el arco con la bandera en alto, y solo paré para que Patrick Bauer me colgase la medalla, la que le entrega a cada uno de los corredores que en los últimos 22 años completaron la Marathon des Sables.